miércoles, 29 de agosto de 2012

Indescriptibles.

¿Podrán las palabras explicar
esos instantes
luminosos,
que como flechas,
concentrados
perforan el centro de la vida?
Yo sé que no puedo,
yo sé que las palabras no serán
(no a través de mí)
cáliz de redención.
¿Pero podrían alguna vez
las palabras,
desnudar la síntesis de esos segundos
ajenos al mundo
en que finalmente vemos
y se hace eterno
por lo profundo
el descubrimiento?
¿Ese ápice de luz
que nos traspasa el cerebro
y nos muestra de una vez para siempre
alguna Verdad
de todas las únicas que hay?
¿Ese deshojar la última fronda
y encontrar allí
lo inesperado
sospechado sólo
en ese segmento perdido del sueño
eso que sabemos allí pero no podemos describir
ni recordar enteramente?
¿Podrán alguna vez
algunas palabras
de algún filósofo
de algún poeta
o un loco
de alguna madre
acuchillada por la mirada de su hijo,
delinear apenas
mostrar la senda
de ese furtivo minuto
en que la cabeza
se abre para que florezca el alma?
Como un grito
parido en el centro del universo.
Y nosotros quienes paren
y nosotros también el grito alejándose
y arrasando las galaxias.
¿Alguien tendrá esas palabras?
¿Alguien las habrá creado?
¿Habrán sido escritas alguna vez?
¿Estarán escondidas tras las palabras cotidianas?
Yo sé de su ausencia
porque en mi líneas no logran mostrar esos instances
fugaces
afilados
que como hachas
nos abren el cráneo
y se prolonga eterna la herida
como una grieta
hija de los terremotos,
magma de ideas
jamás pensadas.
¿Podrán alguna vez las palabras
de algún profeta
de esos que habitan las escaleras del subte
en hora pico,
reproducir de una vez para siempre
para que sea reconocido
para que sea replicado una y otra vez
el segundo luminoso
de ver
de finalmente ver
quién sabe qué
y quedar como estigma
más allá de la conciencia?
Yo no sé qué es eso.
Yo he visto esos segundos
he descubierto en chispas
de miradas clavadas
detrás del aire transparente.
Yo he sospechado su reflejo
como de daga
pero sin llegar a distinguirlo
como en un sueño
y he sentido pasar a mi lado
como una brisa
ese instante.
Ese instante de ver
y quedar presos
de lo que vimos.
Yo quisiera saber qué es eso
que es esa luz
ese aroma
ese descubrimiento
secreto
intransmitible.
Esos segundos indescriptibles.

Malva Gris / gadsy

miércoles, 22 de agosto de 2012

El gato de Cheshire.

No me gustan los gatos.
Y éste me atemoriza.
Cómo no temer a quien desaparece
y deja sólo tras de sí el hálito de su ironía.
Se burla.
Su sonrisa
allí
cuando su cuerpo no está
y su mirada aún suspendida
unos segundos
antes de desvanecerse en la bruma.
Y así estaba, ayer, la luna.
La excelsa, dominante
y narcótica luna.
Ayer, enfrente de mí siempre,
sonreía burlona
con los dos cuernos de su corona
señalando el Este.
Un Este hundido en el abismo.
Qué ironía, pensé.
Qué importa qué camino tome
si no sé adónde quiero ir,
recordé.
Y su sonrisa, complaciente,
cómplice de lo inútil del consejo

tan evidente
como cierto

que oyera Alicia de un gato imposible
amigo de desventura.
El Este.
Qué guía podrían ser dos dagas
hiriendo siempre el centro del universo.
Eso es la luna creciente.
Engordando
a costa de los días de un mes circular
que apenas se completa
como el Ave Fenix
renace en luna nueva, invisible, vacía, ausente.
¿Qué mejor danza que aquella
para demostrar que no importa qué haga
todo volverá a repetirse
incluso en el mismo orden
en todos lados
sin remedio?
Condenados a la repetición estamos.
Condenados a andar sin destino medraremos.

Y anoche, sonreía con sus brazos señalado el Este.
Como una bienvenida,
un abrazo maternal
secretamente traidora.
¿Dónde estaba el resto del gato,
gato lunar,
de Cheshire?
¿En la noche de Cheshire tal vez,
en algún árbol azul,
labrado por mil esquirlas de plata?
Tal vez de nubes y rayos
de franjas imposibles
su cuerpo inmóvil
atravesado,
pelaje nocturno o tormentoso
en las cortezas.
Y aquí sólo su sonrisa,
su sarcástica sonrisa lunar
para recordarme
que no sé adónde ir
adónde dirigir mis pasos
o cuándo detenerme.

Siempre es ella
quien me pone de frente
a la incordiosa sensación
de la falta
de hacer y no saber
de saber y no cometer
de cometer y no resolver
de no decidir
de no liberar esas respuestas
que de ausentes nomás
o de horrorosas
no se revelan.

Siempre esa luna burlona
tan sonriente
mostrándome el Este
con sus lanzas de hielo
apuntando
certera
a la cerradura invisible de la respuesta.

Malva Gris / gadsy

miércoles, 15 de agosto de 2012

La palabra prostituida.

Hágase la luz, dijo Dios,
e inauguró el poder de la palabra.
El Verbo, además (se dice a sí mismo),
palabra de la pura acción
en las voces que la señalan.


El trueno
la voz del rayo
palabra de sentencia;
el rayo,
arma de Zeus,
que es la señal
del disparo más implacable que pudiera concebirse.


Y la alabanza
palabra de la adulación
del que se ha sometido al terror
de una posible represalia.


El ruego
palabra del mendicante
que no quiere renunciar a la inacción.


La bendición
palabra de perdón
por penitencia o sometimiento.


El tronar de los tambores
palabra del atropello,
anuncio de la destrucción
de los cuerpos
y los poblados.

 Y tal vez también
de la dignidad.


El fragor de las multitudes enardecidas
palabra de las opresiones
amenaza de vengar los atropellos
de los siglos vergonzosos.


Los títulos y los cargos
palabra de las distancias,
ilusión de ser mejores
o merecedores
de algún honor
que no proviene jamás del espíritu.


Los Edictos y las Leyes
palabra de las pretensiones
de ordenar el mundo
y ponerlo al servicio
de la Justicia,
esa loca ciega
que no conoce de destinos
ni de historias
sino sólo de letras y evidencias inventadas.


Los nombres
palabra de las pertenencias
como si pudiéramos ser poseídos
por algo más que nosotros mismos.
Que sugieren glorias o vergüenzas
de otros, quizá
como si fueran propias.


Las canciones,
las epopeyas,
las historias y los poemas,
palabra de la redención necesaria,
finalmente,
a la palabra prostituida.
 
Malva Gris / gadsy.
 

Lluvia.

Nuevamente los tambores
de la lluvia sobre los techos
de las gotas estrellándose contra el suelo
exprimiéndose desde los dinteles.
Mis otros ojos, los de adentro,
buscan en la oscuridad el horizonte.
Las gotas, lentas lupas estirándose
con sus luces fugaces
me distren
y no lo descubro.
Un repiqueteo leve cosquillea en mis oídos
y es una música nueva,
un tamborileo infrecuente apenas
y el susurro rítmico con un fondo de tránsito opacado.
Siento
caprichosamente,
que descubriré algún canto
revelándose sólo para mí
si aguzo mi oído.
Un canto mágico
entre la leyenda y la locura.
La lluvia...
parece que hablara.
Intento interpretar sus palabras.
Ellas me cuentan del canto
ese que no escucho pero que está ahí
y sólo se descubre
desmenuzando el murmullo fundido del agua.
No hay brisa,
no hay bocinas,
no hay perros.
Algunas gotas pesadas describen melodías
africanas,
golpeando algunas oquedades
que no reconozco.
Sí sé que algunas son próximas
y otras distantes.
Una multitud que peregrina suplicante
elevando sus voces por turnos,
quejidos
o alabanzas
ruegos
o agradecimientos.
Igualmente subyugados.
Y es un concierto de marimbas desganadas
también,
con un frotar de manos
detrás del solo,
como un aliento.
Una coreografía ingeniosa de voces breves.
Cómo no disfrutarla.
Cómo no dejarse arrullar.
Y adormecerse
cálidamente
entre ronroneos.

Malva Gris / gadsy

martes, 14 de agosto de 2012

Acerca de "El horror de la Verdad".

El desahogo "El horror de la Verdad" fue escrito después de leer y escuchar (www.vozme.com) una nota antigua sobre Contrapsicología y Antipsiquiatría, en la que se muestra de qué forma estas ciencias pueden servir a la dominación del hombre. Además había leído "A propósito de  “Historia de la Locura en la Época Clásica“ de M.Foucault: DE LA PSICOLOGIZACIÓN DE LA LOCURA".

Tiempo atrás había participado sobre algunas discusiones en un foro acerca de la violación y el suicidio y el posible rol o no de estos tratamientos.

Antes de eso había leído una nota sobre Foucault y la locura y lo que me había impactado era el "no tener voz". Que nadie toma en cuenta lo que dice un loco, nadie da relevancia a sus dichos.

Mi hermana misma psiquiatra, ha expuesto en más de una oportunidad la forma en que en ocasiones se utiliza la psiquiatría en forma abusiva en persecuciones políticas.

A todo esto, el hecho de no tener voz, no es privativo de los locos, también lo es de los marginales por cualquier causa, los excluidos, los adolescentes (a quienes sólo se les escucha cuando reproducen alguna parte del libreto que se desea oir).

Repentinamente, el concebir la existencia de un plan emergente de pasos tan pequeños, tan aparentemente inconexos, de esos que nadie ve perversos sino inofensivos, configurándose como herramienta para aplastar la autonomía, me llenó de horror. Esa Verdad, la verdad del aplastamiento sutil, fue la que me hizo brotar ese desahogo.

Si bien, éste no es el blog de Malva Gris, en donde escribiría (con más tiempo) sobre estas cuestiones con más detalle, necesito "justificar" mi "El horror de la Verdad". Pareciera que nunca tengo paz y que siempre es el dolor y la angustia lo que me mueve a escribir pero no es cierto. Este blog nace para esto. Las otras palabras, esperan en casa, su oportunidad.

http://goo.gl/hcOHA

Malva Gris / gadsy

lunes, 13 de agosto de 2012

El horror de la Verdad.

Existe el horror de la Verdad.
El revés del bienestar
el lado oscuro de las convenciones
de los fundamentos de la ley
de las buenas costumbres.

(Ser bueno.)

Sí que existe el horror de la Verdad
detrás de las etiquetas,
las de la ciencia
que nos ubica en la salud o en la enfermedad
y nos da o nos quita el derecho a ser oídos
que nos presta o nos amputa la voz.

(Estar en los cabales.)
Nadie escucha a los locos.

Nadie escucha a los niños
a los rebeldes
a los soñadores.

Salvo que repitan el libreto
tan bien escrito por los siglos
por el poder
por los artífices de la razón
y los dioses todopoderosos
omniscientes
omnipresentes.
Los dioses de los templos
y los de las instituciones.

Y dejar caer la venda de los ojos
un vez
(maldita sea)
y ya no poder detenerla
(bendita sea)
no poder evitar que siga cayendo
y perder la protección de la ceguera
(maldita bendita)
y ver horrores
comparables a las peores distopías de Lovecraft
de Orwell
de los Wachowski
y presentirlas verdades
abyectas
presentes
ominipresentes
eternas.

Y sentirse en un laberinto de vergüenzas
sin salida
sin señales
sin final.

(Ser apto.)

Qué poco sentido parece tener ahora.
Qué palabras tan huecas
tan inútiles
viles.

Y qué dolor infinito me abre el pecho.
Ver cada vez más
en esta oscuridad impenetrable de la luz del día
donde todo ocurre ante los ojos
donde nada debería poder ser negado
y aún así se hace invisible.

(Ay, Felisberto,
esta lujuria de ver
pretende extirparle la belleza al mundo.
Esta luz pervierte lo que ilumina,
y reniego de ese destino.)

Esta vocación de infierno que tenemos
que nos obliga a matar a nuestros dioses
a negar el paraíso.

La Razón, su Majestad la Diosa
que no podrá ser negada
que deberemos venerar
en su templo,
la Universidad,
la Ley,
la Ciencia.

Que pervierte la belleza
la armonía
amputándola, cercenándola,
creando abstracciones que cada vez más
nos alejan de las cosas
como una torre de Babel
pero infinitamente creciente.

Esta vil mentirosa
que dice "números" en vez de decir "personas"
que dice "pacientes" en lugar de "padecientes"
que dice "trabajadores" en lugar de "esclavos"
que dice "estadísticas" en lugar de "destinos".

Esta Verdad creada a fuerza de definiciones
de clasificación de los hombres y sus actos.

Este vértigo,
este horror
esta verdad que  más valdría que fuera pesadilla
digna de Lovecraft,
de Orwell
de los Wachowski.

Pero no despierto.
Presiento que es el auténtico e innegable horror de la Verdad.
El anverso de la insanía.
El sinsentido de la dominación del libre.

Malva Gris / gadsy

miércoles, 8 de agosto de 2012

No ser parte.

Tantas horas vividas, sí,
bien, mal o indiferentemente
y no haber sido parte de la Historia,
digo,
sí de la multitud cómplice
de las serpientes silenciosas de la inacción.
Digo,
no de los nombres de la Historia.
De los anónimos, sí,
de esos con los que también se escribe la Historia
tinta de vergüenza
pluma de justificación.
Esos que hacen que fecunden las revoluciones
o que fracasen.
Pero de los otros, no,
de lo que serán nombrados
héroes, mártires, traidores,
libertadores,
próceres
prohombres
guías.
De esos no.

Tantas horas vividas, sí,
bien o mal,
y son tan pocas
las de los hombres que cambian la Historia.
Tan pocas horas las de las revoluciones.
Que triunfantes, también esclavizan,
mientras que resistidas son sepultadas
con sangre
aleccionadoras.
Qué vanas horas
las de las luchas.
Mis horas, las vividas, sí,
y tal vez también las por vivir,
no protagonizarán revoluciones.
Las revoluciones las hacen otros,
los que nacen con horas de coraje
como talento
como maldición
como destino
como premio.

Y tantas horas viviré, mal que me pese,
esperando, cómplice, sí,
secretamente traidora, sí,
el error que haga derrumbar al mundo.
En silencio, sí,
tantas horas.
Sólo esperando.

Malva Gris / gadsy

martes, 7 de agosto de 2012

Maldita sea.

Maldita sea.
Que me extirpen la voz.
Nada tengo para decir
que no se haya dicho.
Bien o torpemente pero antes.
Pero no puedo evitar el canto.
Soy un mal ave.
Las palabras se me salen,
se me esconden
se me escapan
en en descuido.

Maldita sea.
Yo sé que me equivoco.
Ebria de voces ajenas
recito poemas ya pensados tal vez.
O no.
Pero qué importa.
Mi voz
cristaliza el aliento retenido.
Y son guijarros
que ruedan apenas
uno o dos pasos.
Nunca llegan lejos.

Quién va a oirte pienso,
quién va a escucharte.
Para qué harían eso
luego de una pausa vacía
me consuelo.
Qué noticia sería para el mundo.
Ninguna.
No soy un ruiseñor,
calandria ni zorzal.
Torpe voz la mía
que apenas dice unas palabras
desafina los conceptos
yerra el fiato
y queda malograda.
No es certera.

Ojalá tuviera algo para decir,
algo no dicho
algo pensado pero servido en copa nueva,
o una idea luminosa.
Pero no tengo.
Vacía mi garganta
no tiene más que graznidos ensayados.

Maldita sea.
Tengo una voz que inquieta salta el cerco
una y otra vez
alocada
y pare palabras sin sentido.
Ninguna oda las alcanza
ninguna idea le da su savia.

Maldita.

No.

Maldita no.
Mejor compadecerse de ella.
Con esa vocación de decir el mundo
para finalmente morir sin decir nada.

Malva Gris / gadsy

Y después la tormenta.

Comenzó con la luna.
Cuando la vi supe que vendrían días peores.
Detrás llegó la tormenta.
Yo no puedo explicarte la embriaguez
dulce
resistida
de las voces del agua
cuando canta en mis oídos.
Y el trueno
aria,
barítono perfecto.
Las gotas se agolpan y son látigo ya
sobre las ventanas y los techos.
Yo escucho y muero.
Huelo el agua
la tierra
los pastos.
Todo me arde.
Oigo las ramas quejumbrosas,
el viento prepoteando
a las cuerdas de la lluvia
arrastrándolas
enredándolas.
Gotas sutiles
gotas pesadas
diamantes violentos.
No he resucitado para morir de nuevo.
Pero que me mate la mirada
luz de galaxias
del relámpago mudo.
Siento un ímpetu de correr
pero petrificada.
Un salir corriendo interno
y buscar el rayo.
Emboscarlo.
Yo sabía,
cuando la luna se me metió en la piel
que esto ocurriría.
Esclava, no puedo pensar en otra cosa.
En secuestrarme
con el agua, la luz, el trueno.
Latigarme con ese canto dulzón
en los oídos expectantes.
Una convulsión me abre el pecho
y vuelca mi alma
torpemente,
la desgrana
la bebe.
Otra vez quedo desposeída.
Qué será de mi sueño
sin mi alma.

Malva Gris / gadsy

Maldición.

Transito estas venas del progreso,
parte de la manada veloz, ordenada, consecuente.
Y siento que algo cambia repentinamente
y el tiempo queda suspendido.
Miro por el parabrisas y las bestias nauseabundas
acortan furiosas las distancias,
sus bramidos son los mismos de todos los días.
Pero algo cambia.
Yo lo siento y ya sospecho
por las minuciosas agujas diminutas
que hieren mi piel bajo mis brazos,
mis muslos, mi pecho.
Tras el volante sospecho la catástrofe
sé lo que está por ocurrir y me entregaré
como no puedo evitar hacerlo cada vez.
La curva me la revela.
Allí está, inmensa apenas encima del horizonte,
como en medio de una espuma de vapores venenosos.
Allí, casi blanca, casi amarilla, casi naranja
manchada, brumosa, hundida en un mar de humores perversos.
Yo la sentía, dominante.
Malvada supe que me reclamaría
y como a mí a tantas más.
Su maldición comienza a corroerme.
En medio de la manada de hierro y fuego,
rugiente estampida de metal.
Pero no puedo apartar la vista
ahí preside su majestad
lo peor de nuestras almas
nuestros horrores
nuestros éxtasis.
La maldición me ha arrancado el corazón
y ya está diluyéndose en el aire.
Arde, quema, no debo mirarla.
No puedo, no sé, evitarla.
Sus dagas me abren surcos
en mi piel punzante.
Laten las heridas,
yo abducida y lacerada
por su mirada de hielo y nácar,
yo, torpe,
no debo perder el control
de mi bestia humeante y furibunda
cruel y perversa
que corre tras las otras.
Una más mi bestia.
Una más mi alma maldita.
No puedo dejar de desearla.
No hay mal más codiciado
que el imperio prepotente de la luna.
Inevitable.
Certero.
Despiadado.
Oh Dios, no me salves.
no me impidas caer por el abismo
de esa luz azul de irrealidades.
La jauría enloquecida afuera
sin control, hipnotizada,
y yo abandonándome al néctar venenoso
de la sutil presencia.
Voy a morir en este instante.
Pero repentinamente cesa.
Una nube se apiada
de las bestias,
de las venas infectas del progreso
y de nosotros,
sus parásitos.
Se apiada de mi corazón licuado
latiendo en gotas
infinitamente pequeñas y yéndose
al vacío, al cielo, al infinito
para no recuperarlo jamás.
Se apiada.
Brevemente.
Y la vela.
Y mi piel se bebe
lo poco que quedó de mi corazón flotando.
Y siento unos pocos latidos,
muy tenues.
Y siento que respiro de nuevo.
Y siento el dolor infinito de la piel.
Y la convulsión interna detenida.
Respiro.
El aire duele.
Duele el sonido de la ruta.
Breve tregua
porque comienza nuevamente.
La reina maldita no se rinde
se despoja
y resurge embrujada entre el vapor
y el grito no sale
y el dolor es tan caliente
que seca mis lágrimas.
No puedo respirar,
mi bestia obediente
imperturbable sigue.
La sangre se detuvo
yo siento cómo se hace rubíes bajo la carne.
Duelen.
Duele el aire,
duelen los rasguños de su luz en mi piel.
Ya no puedo soportarlo.
Me seco
me ahogo
me quiebro.
No me salven
que ésta puede ser la muerte más dulce
y más amarga
que pueda morirse.

Malva Gris / gadsy

miércoles, 1 de agosto de 2012

En estos días.

En estos días
en que la muerte me rodea desafiante
siento que no es temor
sino enojo:
su provocación me importuna.
Pero no me asusta.
Sé que no puedo ganarle a la muerte
y si llegara el caso
y hubieran partido antes quienes amo
sólo puedo imaginar la tristeza
de perder el sol
la luna
los árboles
las risas de los niños jugando
la música
el viento arremolinando las hojas crujientes del otoño
las tormentas justicieras del verano.
Imaginar ese instante
y rememorar esas últimas veces,
esforzar el recuerdo
del aroma, de la luz, de la piel, del oído
para agotar el éxtasis de la memoria
embellecida,
eso,
sólo eso viene a mi mente.
Que todo se apague
que termine la función del mundo
para mí
que siga para otros
y no ser yo siquiera testigo
es el dolor que más me perturba.
La sospecho alrededor
y la vigilo desconfiada
no quiero perder hoy este despliegue milagroso
de fortuitos avatares
inabarcables.
No quiero que me los arrebate.
No podría perdonarle el atropello
la imposición
el arrancarme con mayor o menor esfuerzo
este minúsculo instante
del prolongado aliento del mundo.

Y si me fuera yo antes de quienes tanto amo
mi tristeza sería otra.
No querría sospechar la lágrima ácida,
corrosiva,
lacerante
del despecho,
de sentir injusta la partida,
inentendible.
Esa pregunta que se repite sin respuesta
y que sólo, por un rato,
la resignación acalla.
No quiero que me arrebate de ellos.
No quiero que me aparte de sus sueños,
de su medrar inmenso para tan pequeños pasos,
acompañados
del esfuerzo compartido,
del amor hecho gesto, detalle, siembra.
Soles y lunes para contar el tiempo de la compañía.


En estos días
en que la muerte me rodea desafiante
estas previsiones me ocupan
esta desconfianza,
este resentimiento anticipado me perturba.

Vigilo la muerte.

Malva Gris / gadsy

Mi camino.

No debería haber vergüenza del pasado,
sin vergüenza del presente.
Si los días gozados y padecidos
aquí me condujeron,
y creo estar en el lugar correcto,
bien valieron las horas
que pisé consecuente
esculpiendo este futuro.
Aquí estoy,
con esto que traje
con esto que soy.
Y soy
por lo que fui
lo que dije
lo que hice
lo que callé
lo que dejé para después.
No puedo ser más que esto
si alcanza,
no puedo negarme
no puedo esconderme
ni vestir otras máscaras.
(Nunca vestimos otras máscaras
-pienso, me consuelo-
cada máscara es una versión
de uno mismo.
Aún la de la mentira.)
Y si no alcanza
lo ignoraré tal vez
o harás que lo sepa
y tal vez me sienta triste un tiempo
y decida o no otro rumbo.
No puedo negar el presente
el lugar donde estoy
lo que veo
a lo que me ha conducido
ser quien fui
todo este tiempo.
Eso no tiene remedio.
Como no tiene remedio
que lea estas palabras
quien las lea
y que su mirada benevolente
o condenatoria
me haga volver a existir
de otra manera.
No la mía,
la mía que es real
ésta, la no negada,
la del premio o la resignación.
La que entenderé
bien o mal en el futuro
el futuro que hoy tejo
con éstas u otras horas,
días,
palabras.

Malva Gris / gadsy