jueves, 27 de septiembre de 2012

Cuando te escucho.

Cuando te escucho
renuncio a ser protagonista
abandono el primer plano
con molicie
para que nuestro diálogo
sea como un madrigal
polifónico
esperado.

Cuando te escucho
leo tus manos
tu ceño
el ritmo de tus labios
tus rictus
los vaivenes de tu cabeza
y de tus manos.

Cuando te escucho
siento también qué dice mi piel,
si respira suave el aire
o tensa
y punzada por diez mil mínimas agujas.

Cuando te escucho
sigo la danza de tus brazos
(si fueran palomas al aire)
y desconfío
de las quietudes impuestas.

Cuando te escucho
me dejo conducir por la pasión.
Y permito por un rato
que los errores de ambos
tuyos y mios
se encuentren, se miren, se rodeen.

Cuando te escucho
todo mi cuerpo hace una pausa
para presenciar tus palabras
atravesándome.
Luego un sabor,
no ya en la boca
sino en el alma
me hablará de acuerdos
o sublevaciones.

Cuando te escucho
el aire es distinto
porque trae otros significados
los tuyos
que no tienen por qué ser los míos.
Mis significados
aguardan expectantes
y se dejan conducir
o se ponen en guardia.

Yo no controlo eso.
No quiero controlarlo.

Prefiero escucharte
y al mismo tiempo
escucharme.

gadsy / Malva Gris.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Once preciosas horas.

Ya iniciaron las once preciosas horas
que digerirá prolijamente
esa gran maquinaria que hacemos funcionar.
Ese Minotauro
que alimentamos con nuestro miedo
más que con nuestra admiración.
De la que dependemos
para ser obligados a danzar
la macabra danza del sinsentido.
De la que dependemos
para ser obligados a pagar
nuestro derecho a un día más de vida.
Once horas
para comprar nuestro derecho a estar obligados.
La paradoja indispensable de nuestras vidas
o, al menos, de la mejor parte
de las mejores once horas de nuestros mejores días.
Aquí sentados, a la mesa de la tarea
esa que nos preocupa
y se lleva nuestros pensamientos más lúcidos,
aquí imaginamos una mejor vida,
esa que pretendemos comprar
con estas once preciosas horas ya perdidas para siempre.


gadsy / Malva Gris.

martes, 25 de septiembre de 2012

Nosotros.

Nosotros
que renegábamos de la falta de ideales
de los adultos,
los que prometíamos jamás ceder,
defender nuestros principios
refundar valores
rejuvenecidos
con más humanidad.
Nosotros
que éramos hermanos
de todos los hombres y mujeres
del Sol, de la Luna
de los árboles
los que antes eran prójimos
y sufrían
y habían luchado en los comedores
y en las misiones.
Nosotros éramos esos.
Y prometimos cambiar al mundo.
Juramos que era posible.
Y aquí estamos, patéticos,
tratando de no perder el cabello
escondiendo nuestras arrugas,
malpintando nuestras canas.
Como si allí pudiéramos esconder aquellos ideales
que nos avergüenzan
por incumplidos,
los que juramos jamás perder
los mismos que los jóvenes hoy defienden
y nos reclaman
los mismos que nos hacen culpables
de traición.
¿Por eso tal vez tememos a los jóvenes?
¿Porque nos recuerdan
que cometimos la peor traición
aquella que nos entregó a nosotros mismos
a ese mundo que renegábamos
solícitos
presurosos por darlo vuelta todo
con nuestras vitalidad
o nuestra fe?
Nosotros.
Los que nos creíamos suficientes
y fatigamos hoy nuestros días
pagando puntuales
el alquiler de nuestra posición.
Esa mascarada que nos tiene comprados
y malvendidos.
Nosotros los supersticiosos.
Que elegimos creer en vírgenes virtuales
rondando en cadenas sin esfuerzos
ni compromisos.
Nosotros.
Aquellos que fuimos
y que renunciamos a ser.
En beneficio nuestro.
¡Salud!

gadsy / Malva Gris

La gente decente.

Principios de Siglo XX,
apellidos ilustres,
patricios unos,
o europeos más tardíos,
pero no ese lumpen inmigrante.
La misma procedencia pero distinto siglo.
Eso hace la diferencia.
Llegar a hacer patria,
la magnánima patria,
o llegar corrido por la hambruna
la guerra
o la persecución.
La gente decente
portaba credenciales
de no estar huyendo ni haber huido.
Qué falaz.
Qué mendaz el pasado ilustre,
quién puede evadirse
de tener en el pasado
algunas generaciones desgraciadas.
Todos somos los mismos
viviendo una y otra vez
las mismas vidas
otras vidas
dichosas o desgraciadas.
Y la gente decente
cuyos hijos o nietos,
o cuyos ancestros diez generaciones atrás
fueron o serán indecentes.
Emigrarán, o emigraron.
Huirán o han huido
serán blanco de persecución
o discriminación
por ser quien les haya tocado en suerte ser.
Ni más ni menos
que decentes o indecentes.
Perseguidos o perseguidores.
Y no es verdad que no podamos elegir.
En algún instante elegimos al menos, ver.

gadsy / Malva Gris.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Éxtasis.

La gloria de la luz y de la vida
nuevamente, grata,
sus dones y privilegios desata
sobre la piel sedienta de aire.
Qué danza las ramas
luminosas ya
desde tan temprano.
Reservando sus dorados tesoros
cada día un poco más
para ser testigos
de ese tránsito majestuoso
del sol ensangrentado
a la noche llena de alhajas
con ese breve contraluz índigo
en medio de telarañas improvisadas
por las hojas nuevas,
tímidos abanicos
del cielo ensombreciéndose
tras ellos.
Me quema el pecho esta felicidad
de alabanza panteísta.

Éxtasis de todos los años
en estos días.

gadsy / Malva Gris.

Esos unos.

Desde el fondo de la historia
las generaciones impensadas
millones
miles de millones
procrearon.
Con poder o miserables.
Sometidos o sometedores.
Imponiéndose.
Rindiéndose.
Resignándose.
Así, desde el fondo de la historia
se fueron apareando.
Voluntariamente,
a la fuerza,
por conveniencia
o ebrios de aburrimiento
y desprecio,
o en la cumbre del placer
y el éxtasis.

Y llegaron nuevas generaciones.
Millones.
Miles de millones.
Reduciéndose cada vez por pares
en uno.
Y cada uno, con el uno de otro par fortuito
procreando el próximo uno.

Uno con uno,
millones
miles de millones.
Arrastrando el sedimento de los genes
magníficos
o perversos
a lo largo de la Historia.
Compitiendo por heredar
sus máximas
sus fortunas
sus infortunios.
Sus destinos esclavos o suntuosos.

Y nuevamente
uno y otro, hijos de otro pares
apareados pariendo
otro uno más.
Decantando sus genes
y sus normas.
¿Qué tendré en común con aquellos unos tan lejanos?
Esos unos que apareados
procrearon uno
que junto a otro
hicieron girar la rueda de la vida nuevamente.

Sé de mis abuelos.
Mis cuatro abuelos.
Esos unos que apareados
procrearon a mis padres.
Sé de mis padres
esos unos,
cuya herencia reconozco en mí.
En su fortuna
en su infortunio.
En su traza de genes y de aspiraciones
de creencias
de equívocas certezas
heredadas de millones y de miles de millones
herencias previas.

gadsy / Malva Gris.


jueves, 20 de septiembre de 2012

Aquello que traigo.

Salí de casa con lo justo.
De camino,
el aire, el cielo, los pasos.
El canto de los pies sobre el camino
y el camino con sus mil voces:
de greda, de pasto, 
de puente de metal, de puente de madera,
de hormigón, de asfalto.
Marcando siempre el ritmo del viaje.

(Todo eso me fui trayendo.)

La mirada miope del sol
que tan lejos está y tan presente.
Los cuchicheos de las ramas y sus hojas.
Bocinas destempladas
improperios de la mecánica 
al servicio de la neurastenia humana.

(Todo eso me fui trayendo.)

Los roces con los brazos de los otros
al pasar.
Los colores.
Los olores.
De los escapes
de la tierra húmeda
de los azahares.

(Todo eso me fui trayendo.)

Cuando llegué a casa
no pude quitarme ese cargamento.
No quise tampoco:
había traspasado la piel, la carne, el hueso
y me alcanzaba ya a mi misma
en el revés del universo.
¿Cómo negar que ahora también soy eso?
Traspasada de lado a lado
infinitamente contaminada de la vida y el movimiento.
Del tiempo.
De esa minúscula traza de la historia anónima del mundo.
Y de todas las anteriores.

De todo eso me fui haciendo.

gadsy / Malva Gris

miércoles, 19 de septiembre de 2012

El Fin de la Historia.

Conmigo termina una línea familiar
sin rastros del pasado.
Una familia sin Historia.
Tal vez de los anónimos hombres y mujeres
comprados y vendidos con la tierra.
Quizá esclavos.
O terminando su vida en mazmorras y prisiones.
Ladrones o asesinos.
Madres solteras o prostitutas.
Mendigos tal vez.
No conozco traza de gloriosos destinos
pendones
fama guerrera o sangre noble.
Y conmigo termina una rama
de ese árbol que proviene de la prehistoria.
Una rama fértil que morirá en mí
cuando yo muera.
¿Habrá habido quien luchara por la libertad
en mis ancestros?
¿Habrán sido valientes?
¿Habrá habido cobardes?
¿Delatores, traidores, conspiradores?
¿O su pragmatismo los habrá privado de sueños?
¿Esta efervecencia de mi sangre sin herederos,
será heredada a su vez de alguna generación con ideales?
Lejana, olvidada.
Ignorada.
Qué curiosidad saber de dónde provengo.
De dónde arrastro este sueño postergado
este dolor persistente al mirar
e imaginar ese pasado
en estos otros, igual, tal vez, de miserables.
Conmigo se olvidarán esas preguntas
esas respuestas reales o inventadas.
Conmigo se cerrarán los últimos ojos
y no habrá más amaneceres
en esta Historia.

gadsy / Malva Gris
 

martes, 18 de septiembre de 2012

Confesión.

Soy feliz.
Necesito tan poco
y tengo tanto.
Pero tengo una profunda tristeza
desde niña
el dolor del otro
que teme
que sufre dolor
hambre frío
demencia.
Lluvia.
Lluvia y viento.
Lluvia, viento y frío.
De niña al acostarme
me dolían las sábanas tibias
y el viento gritando afuera.
De niña al cenar
me dolía el bocado que no quería
y otro sí.
De niña al ir a la escuela
y descubrir el mundo
el otro mundo
ese distinto al de mi íntima niñez
me dolía no poder compartirlo
con otro niño con un solo mundo.
De niña al ir al club
me dolía el juego
si pensaba en niños trabajando
sin alegría.
De niña con mis padres
me dolía que otro niño
terminara el día sin su beso y su caricia.
De niña,
de adolescente cuando oraba
en mi misticismo,
de joven buscando un bienestar propio,
de adulta testigo del mundo sin remedio,
no me ha dejado nunca de doler.
Y me arranca
(te lo juro por esta lluvia
tan diamantina)
lágrimas como magma.
Pero debo confesar
que soy culpable
de ser igualmente feliz
porque sé que de todos modos
el niño, el joven y el hombre ríen
festejan
aman
y finalmente descansan,
ignorantes de mi felicidad.
Soy feliz
porque necesito tan poco
y tengo tanto.
En medio del dolor
me lacera la vida con sus goces.
Y me duele por eso también esa felicidad,
y por eso mismo sé que soy feliz.
A pesar de mí.


gadsy / Malva Gris.

El viento.

No me gusta el viento.
Me molesta su prepotencia,
su imposición autoritaria.
Me enoja que me empuje,
que me arranque algo de las manos.
Que me despeine,
que me quiera desvestir a tirones.
Que me latigue.
Que me arroje tierra, papeles, hojas
que terminen haciendo nido en mi cabello
mi boca, mis ojos.
Me molesta que apure  puertas
y sacuda las ventanas
con su grito robado a los objetos.
Me molesta que zamaree a los árboles
violento
y les robe sus hojas
o que desnude a los arbustos en flor
de sus alhajas.
Me molesta que se lleve
la tibieza de mi piel
que me robe el calor
que me obligue a defenderme
del azote invisible
que enfría el aire.
No me gusta el viento.

gadsy / Malva Gris

lunes, 17 de septiembre de 2012

Primavera.

Qué haré con esta primavera que se acerca
que me renueva la savia
y me brota por los ojos, los oídos
y yo sin poder retenerla
de tantas horas regaladas al trabajo.
Qué voy a ser con esta piel que sangra
vibraciones impetuosas
estallando en esquirlas impalpables
dolorosas
ardientes.
Mi naturaleza animal
que se resiste a ser civilizada
me muerde el pecho desde dentro
me araña el cerebro
para liberarse
de las prisiones de los relojes
y las tareas.
Yo haré como que no la siento
pero me siento traidora
vil carcelera
de tan cálidos pájaros urgentes
despertando en esta jaula de obligaciones
caprichosa.


gadsy / Malva Gris

jueves, 13 de septiembre de 2012

Abstinencia.

Las horas son tan cortas.
Y mi cabeza necesita tiempo para irse por abismos
galaxias
océanos.
Pensamientos. Otras ideas. De otros.
Eso necesito.
Y después parirlas renovadas,
corrompidas.
Es una abstinencia
de placeres desordenados, caprichosos.

Leer, por ejemplo.

Hoy miraba la tarde tan celeste y transparente
desde mi auto rojo
en medio de la jauría paralizada
en la cinta maloliente de vapores,
y recordaba que ayer mismo
me internaba en las entrañas de Buenos Aires,
estación Dorrego,
entre revistas de diseños vacíos y estridentes,
confusas, parlanchinas,
y mis ojos se clavaron sin dudar
como respondiendo a un chistido,
en unas pocas hojas muy blancas,
(frugales en medio de tanta gula)
con un lacónico título en rojo.
No busqué nada más.
No hacía falta.

Allí me esperaba un poema
y otras palabras de esas que me inflaman el pecho
y me inundan de urgencias.
La protesta de mis venas
empujando la sangre frenética,
clamaba.
Quise deshacerme de mis tareas prontamente
y dedicarme íntimamente a sus palabras
tan desesperadamente necesitadas.

De regreso a pie
mi cabeza daba vueltas en fantasías libertarias.
Hubiera podido inventar una epopeya
para esas veredas tan transitadas por anónimos pies
tan escrutadas por anónimos ojos.
Yo, la más anónima,
con esas hojas tan blancas
latiendo su protesta roja
brotar en el nido de la cartera
e imponérseme con sus desafíos,
(aun los que no comparto)
tan llenas de utopías
de promesas
de ilusiones.

En días así me resisto a aceptar
que moriré otra vida más
sin conocer la verdadera libertad.

No tengo con quien hablar de estas cosas.
Algunos creen que hablamos de lo mismo.
Pero no se trata de banderas
de votos
de posesiones.

Es esa libertad
que adivino y gozo instantes apenas
como reflejos fugaces,
soñando otra realidad,
que aplasto diligente
para sobrellevar ésta,
y que me produce esta abstinencia,
de tan negada
finalmente prepotente.

Las horas son tan cortas
y tan voraces las tareas cotidianas
que me fagocitan los días
los años
la vida.

Y no puedo seguir sólo resistiendo,
si esta abstinencia me devora
y me empuja
a ciertos libros.


gadsy / Malva Gris.