sábado, 19 de octubre de 2013

Déjenme.

Todavía no comienza el día,
sí la luz, pero no la jornada.
Y hoy, después de unas semanas exigentes,
no tengo tanto apuro.
Déjenme entonces estos minutos
disfrutar de esta soledad bullente de sonidos mínimos.
Aves lejanas.
Algunos motores diversos,
alguna mecánica, alguna electrónica
que en su molicie aguarda paciente su tarea.
Pero sin duda,
es el tic tac del reloj
siempre presente
equidistante
que me muestra cómo mis manos
van apurando la cuerda
que guía mi tránsito por el laberinto neblinoso
a algún final desconocido.
Ese reloj, que aunque yo ahora esté sentada,
me dicta los pasos que sigo dando.
Contra este otro tiqui tiqui
de las teclas transcribiendo
las sensaciones de la pausa conciente.
Es musical.
Sin duda.
El tempo del reloj
y el ritmo inesperado del teclado.
Y cuando me detengo,
las coloridas arias de una docena de pájaros.
Así, así, así de igual es todo.
Si yo dejo de teclear
escucho los pájaros, los motores, la electrónica y el reloj.
Es una fuga, un increíble contrapunto
un madrigal.
Yo escucho cómo transcurre la vida,
cuando no la tejo yo,
cuando la bordan otros y yo sólo presencio
doy fe
doy testimonio.
Déjenme así, un rato más.
Que en cualquier momento el grito de la jornada
me sacude,
me clava los hilos,
me escribe el guiñol del día
y me toca salir a escena yo a escena
grito destemplado
susurro a destiempo
muy a mi pesar.
Déjenme, déjenme un rato más aquí
en este acaso rítmico silencio...

gadsy/malva gris.