Cada vez me convenzo más de que aunque algunas etiquetas nos llenen de admiración o emoción, por lo que representan, o por su historia, las etiquetas en vida son como grilletes, como anclas.
Aun con pesar, mejor es humildemente renunciar a las etiquetas que admiramos.
Alguna vez escribí en algún poema que es honor de pájaro morir de mal vuelo.
El vuelo del corazón o del pensamiento a veces equivoca el rumbo. Pero la vocación de alas no tiene freno. Esas alas pueden lanzarnos al error y lo mejor que se puede hacer es esperar que el golpe no nos mate y que nuestros yerros no sean irreparables.
Otras veces la etiqueta te empuja y te lleva por algún camino que tus emociones o sentimientos no desean transitar. Un abismo sin redes ni cuerdas. Esas etiquetas tienen ojos que te vigilan y te obligan, te amenazan y te expulsan si tus méritos son insuficientes.
¿Lo mejor será coquetear y dejarse seducir por la etiqueta, pero sin entregarse del todo?
Aún con carencias y pesares la vida es tan hermosa que vale la pena dejar cada tanto las etiquetas guardadas en una primorosa cajita.
Siempre vuelvo a la idea de que las etiquetas les quedan mejor a los muertos, cuando ya no pueden protestar ni enorgullecerse.
Y lo mejor es aprender a tomarle la temperatura a nuestra sangre. A veces dejarnos incendiar desde dentro y otras replegarnos, guardar las alas y ver caer las hojas del otoño.
Igualmente siempre es difícil resignarse.
gadsy/malvagris.