jueves, 8 de agosto de 2013

Ya escribí.

Ya escribí sobre estas cosas
que pueblan mi cabeza, ¡tantas veces!.
Ya escribí demasiado.
¿Qué debo hacer ahora?
Tal vez lo más acertado sea destruir lo escrito.
¿De qué puede servir esta combinatoria
una entre miles de millones
sin fin y sin cota?
Una entre tantas,
Qué saber o qué emoción podría contener
que no estén contenidos ya
en todas las otras combinaciones
que desde la Historia
o desde el anonimato
no han llenado el cerebro
de supuestas verdades y supuestos morales?
Si sólo dos o tres poemas han sido leídos y olvidados
por a lo sumo cinco personas,
¿qué podría ocurrir si las destruyo ahora
como solía hacer en mi adolescencia?
Recuerdo las incineraciones presurosas
de cientos de poemas malogrados
avergonzada de haber descubierto un día
que mis líneas eran una perturbadora criatura contrahecha.
Luego comprendí que el ser contrahecho
no quita derechos.
Y que si había salido de mí
que si había sabido ganar cierta vida
no tenía derecho a matarla.
Algo tenían de mí.
Algo contrahecho.
¿Acaso era la vergüenza de mostrar mis fealdades
las que no se ven
las que pueden ser ocultadas?
Dejé de quemarlas.
Pero hoy digo:
me dejé engañar tal vez por el amor propio.
Son simples letras
no criaturas contrahechas con vida.
¡Letras!
Un artificio de la pretensión humana,
un atributo que justifica subirse a un escalón
por encima de los otros seres vivos o inertes.
¡Letras!
No hay vida.
La vida está en el movimiento de mis dedos
en el fluir de las sinapsis de mi cerebro
en las imágenes y sonidos que crea y tergiversa mi mente.
Allí, no aquí, en una sucesión de bits intencionales,
¿Acaso eso que escribí
que salió de mi
no está aún en mi carne?
¿Acaso no desaparecerá conmigo su recuerdo?
Y tal vez hasta esté sobrevalorando la vida.
Qué es la vida sino un breve transcurso,
un instante de animación
compartida
con plantas y aves
y otras conciencias e inconciencias.
Todas fugaces.
¿Acaso no es la vida además
un mero atributo de la fugacidad?
Entonces cualquier día
podría sin culpa destruir lo escrito
volver a escribir ideas parecidas o distintas
y volver a destruirlas a mi arbitrio.

gadsy/malva gris.

martes, 6 de agosto de 2013

Tu voz.

Tu voz es más fuerte cuando calla.
Cuando no elige,
cuando niega la palabra,
el nombre.
Castiga al no dar tu preferencia.
Latiga tu silencio, potente.
Se erige como columna
como pira de mentiras
de promesas incumplidas
y falsos juramentos.
La fuerza brutal
de la potencia sin acto,
de la elección negada.
Tu palabra en cambio,
exime de cargar con lo callado.
Habilita ignorar lo no dicho.
Por eso, tu silencio vale más que tu palabra.
Más que el nombre que señala un rumbo,
más que un signo
silencio que se yergue en multitud de signos
condenatorios
punitivos.
Tu silencio es arma.
Es lanza,
facón es,
espada.
Corta el aire en mil silencios
y expresa la ausencia
la totalidad de lo que no dicen tus palabras.
Tu silencio sentencia.
Tu silencio condena.
Y yo quisiera que un día cualquiera
todos en silencio mirando un punto
en el centro del poder
para condenarlo
como un trueno silencioso se elevara
como grito no dicho
ni un sonido.
Un único día,
en perfecto silencio
inmóvil
y cuando el tiempo parezca que se hace eterno
volverse (silenciosamente) dándole la espalda.

gadsy/malva gris.