miércoles, 15 de agosto de 2012

La palabra prostituida.

Hágase la luz, dijo Dios,
e inauguró el poder de la palabra.
El Verbo, además (se dice a sí mismo),
palabra de la pura acción
en las voces que la señalan.


El trueno
la voz del rayo
palabra de sentencia;
el rayo,
arma de Zeus,
que es la señal
del disparo más implacable que pudiera concebirse.


Y la alabanza
palabra de la adulación
del que se ha sometido al terror
de una posible represalia.


El ruego
palabra del mendicante
que no quiere renunciar a la inacción.


La bendición
palabra de perdón
por penitencia o sometimiento.


El tronar de los tambores
palabra del atropello,
anuncio de la destrucción
de los cuerpos
y los poblados.

 Y tal vez también
de la dignidad.


El fragor de las multitudes enardecidas
palabra de las opresiones
amenaza de vengar los atropellos
de los siglos vergonzosos.


Los títulos y los cargos
palabra de las distancias,
ilusión de ser mejores
o merecedores
de algún honor
que no proviene jamás del espíritu.


Los Edictos y las Leyes
palabra de las pretensiones
de ordenar el mundo
y ponerlo al servicio
de la Justicia,
esa loca ciega
que no conoce de destinos
ni de historias
sino sólo de letras y evidencias inventadas.


Los nombres
palabra de las pertenencias
como si pudiéramos ser poseídos
por algo más que nosotros mismos.
Que sugieren glorias o vergüenzas
de otros, quizá
como si fueran propias.


Las canciones,
las epopeyas,
las historias y los poemas,
palabra de la redención necesaria,
finalmente,
a la palabra prostituida.
 
Malva Gris / gadsy.
 

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