jueves, 22 de noviembre de 2012

Compañeros.

Nos imagino espalda a espalda
acechados y valientes
en medio de un combate
de alguna aventura.

Nos imagino frente a frente
escrutándonos el ánimo
o consolándonos
de nuestras pequeñas odiseas cotidianas.

Nos imagino lado a lado
las cabezas juntas
espectadores de la vida
convocados por los mismos paisajes.

Nos imagino separados
cada uno en los trabajos de sus días
inmersos en tareas
más bien ajenas.

Nos imagino fagocitándonos
intentando fundir nuestros latidos
atravesando la piel y la carne
famélicos y sedientos.

Nos imagino juntos
acompañándonos
atestiguándonos
sin normas.

gadsy / Malva Gris.

Luces del agua.

Hoy llueve como tantas otras veces.
Una lluvia calma
untuosa
que resbala por los muros
y las alambradas.
Que limpia el aire sin prisa
que rezuma su sudor lánguido y acre.
Yo veo
escurrirse de poco por los bordes
de la ventana.
Yo veo
las formas de esas lágrimas
delimitadas por la luz
que las hiere y me devuelve
otra versión del rostro del sol
ese que hoy no veo
pero adivino tras las nubes.
Las luces del agua
en las pequeñas lomas de las gotas
en los vidrios
los múltiples vidrios que me separan
de otro mundo
con otros sonidos
otros alientos.
Las ventanas
por donde veo el otro mundo
mucho más grande que el propio
donde ocurren y concurren
otras vidas.
Allí, como intentando un vano rescate
de mi realidad diminuta
impactadas en su agonía
las lágrimas del aire
del techo del mundo
inmóviles en los vidrios
espectantes y asombradas perecen.
O no.
Y son diamantes o perlas
atravesadas por la luz
como un hechizo
como una flecha.
Como acorraladas de espaldas a las ventanas
tal vez.
O no.
Simples mensajeras.
Me traen la luz
me dicen testimonio de la luz
adivinada.

gadsy / Malva Gris.

La mañana.

Aún el sol no nos traspasa con sus rayos
de luz
de fuego.
Aún apenas se insinúa
en un reflejo
claridad perezosa
parte aún del sueño.
La vigilia en esas horas silencionsas
me arrancan y me roban.
El silencio.
Saber que estoy presenciando
lo que muchos en su sueño ignoran.
El silencio de las cosas.
El canto de los pájaros,
sus llamados
antes
del reclamo enojado de los pichones hambrientos.
Algunos perros ladradores
un rumor apenas desde las calles
aún respetuoso.
Y la ausencia de los vecinos
aún durmiendo.
Aún puedo escuchar los sonidos
porque son pocos y definidos
aún la ciudad con su parloteo enloquecido
no me confunde
no me asedia.
La mañana,
el momento en que las cosas se dejan ver
por primera vez cada día.
El instante en que el sol
todavía gentil
se trepa a los árboles y los edificios.
Derrite tibieza apenas
inventa el rocío
y compite con la brisa por el aire.
En cualquier momento concluye.
Se rompe el pacto de gentileza.
Las voces se elevan
de las aves
los autos
las tazas
las puertas
las radios
con sus medias verdades
sus medias mentiras.
Y yo aquí
apenas ameneciendo.

gadsy / Malva Gris

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Los jacarandás.

Nubes violetas
posando en estacas casi grises
casi tostadas.
Otras nubes
en un cielo más bajo.
Más apropiado para nuestras ambiciones.
Sólo estirarse
como cuando niños
y sentir que están ahí nomás
que son posibles.

Y el suelo...
regado de pequeños copos
como de nieve
pero reflejo de algún capricho imperial
muy ligeras
tapiz de lágrimas barrocas
blandas como plumas.

Es como un milagro
como estar en el cielo
pero de fantasía
pintado por niños felices
cuando decretan otros colores a las cosas
caprichosamente
despreocupadamente
para mostrar cuán libres son
de reflejar el mundo a su manera.

Los jóvenes troncos cenicientos
levemente amarronados
con sus reflejos de plata a mediodía
al sol calcíneo
con sus brazos trémulos
sosteniendo la lluvia imposible
de resbaladiza
ante la brisa provocadora.

Caerán igual
como volados
como puntillas
de alguna mantilla tejida con arte
por legendarias manos piadosas
o instintivas arañas
ajenas a la bondad
y a la maldad
esas categorías
inútiles y serviles de los hombres.

Igual así bordan nubes
despreocupadas
ignorantes de los edificios
los autos
las personas enojadas
yendo y viniendo en sus urgencias vanas.

Y las regalan.
No por obsequiar a nadie
sino por pródigas,
como a quien le nacen pájaros en la voz
y se les escapan caricias de las manos.


gadsy / Malva Gris.


Brisa.

Susurra en las hojas
mece las ramas
temblorosas 
elevándose
rasgando el aire.
Aire de brisa.
Y la brisa tiembla
y es un trémolo de hojas
gimiendo leves.
El aire herido
la brisa fragante
de savia
de ave.
Una hoja 
se hace navaja
y tajea el aire
(la brisa invisible)
y vibra
como una cuerda
herida de rocío
y su llanto es caricia
y danza
en las hojas.
Y caracolea
y solloza
pero vuelve
y envuelve la rama.
Se lastima
y no huye,
se queda,
remolona,
acariciante.
Es un romance difícil.
Tarde
se diluye
perdidamente 
en suspiros.
   

gadsy / Malva Grsi

martes, 20 de noviembre de 2012

Vanidad.

Otras veces pensé que eran tan importantes
los mínimos trazos
de mi paso circunstancial por alguna oficina.
Los pedidos, los números, las teclas,
las cuentas, los balances.
Los libros copiadores.
El apuro,
el temor a las sanciones.
El tiempo perdido.

La urgencia y la importancia
categorías de la vanidad.


Nuestras vidas resultan finalmente tan cortas,
indistinguibles en la historia del universo.
Y nuestro pensamiento,
un poco de fantasía y otro de subjetividad
una pizca apenas de lo real
(que siempre nos espía detrás de una cortina
que mantenemos prolijamente en su lugar).

Sin la menor permanencia.

Estas palabras que hoy escribo
son nada.
Y nada serán.
Morirán conmigo
o mucho antes.

Y aunque me sobrevivieran,
las personas apenas chispas son
consumiéndose en el aire.

Las civilizaciones,
llamas cansinas en medio de una tormenta.

Y nosotros con nuestras pretensiones
seres minúsculos
enojados con quienes nos despojan.
Tan diminutos
que vistos desde lejos nos vemos curiosos
con nuestras prepotencias cotidianas
irrelevantes.

Los años que nos parecen tan largos
pasan arrasados por los milenios.
Y medramos en palabras y en imperios
en ejércitos
en libros.

Anécdotas, eso somos.

Algunos nos recordarán tal vez mirando una foto
brevemente.
El olvido luego
se hará cargo de nuestros inmemorables días.

gadsy/Malva Gris

jueves, 15 de noviembre de 2012

Me doy cuenta.

Me doy cuenta.
¿Y qué hago con eso?
¿Acaso los que me precedieron
en este despertar
en este abrir los ojos
en este caer en la cuenta
de la complicidad involuntaria
de la ignorancia
del no querer (tal vez) enterarse,
acaso ellos
no habrán querido también
sentirse autores
de esas ideas?
Haberlas descubierto
(no importa cuándo)
por el propio elucubrar
(una y otra vez)
sin cátedras
sin entrevistas
sólo pensando
desenchando
y volviendo a pensar
y poniéndose en otro lugar,
¿acaso eso no es igual de meritorio?
Haber dedicado esas horas,
durante años
y llegar todos nosotros a lo mismo.
Y descubrir a otros diciendo las mismas cosas
y sin haber tenido el beneficio de la oficialidad,
de la idea difundida,
sino por el contrario,
de la idea subversiva, oculta, escondida.
Todos, descubrir de a poco,
que nos hemos pensado locos
equivocados
sin entender qué había de malo con nosotros
que no encajábamos
que repetíamos, industriosos, obedientes,
el buen pensar,
y con cada repetición
la rebelión creciendo dentro
gritando:
¡no, no es así!
Cuando descubro mis palabras en los libros
en panfletos
cuando veo mis pensamientos
los que oculté con vergüenza
los que mentí no creeer
los que no me atreví a aceptar propios,
un suspiro de alivio
y también de dolor
porque entonces tal vez no es un error
y no es inocente que sean así
y nos encierren en un futuro cada vez más indiferente
más negador.
Me doy cuenta
que he descubierto lo mismo que otros
y que late en mí como en otros miles
o millones
esas ideas virulentas
sagaces tal vez
clarificadas
como dos en millones de ojos
escrutadores y testigos
pero demasiado pocos
como para cambiar el rumbo.
El mundo.
El futuro como aurora mágica
en nuestras ilusiones
tal vez vanas.
Me doy cuenta
y cada día habrá algún otro
que también finalmente vea
sepa
presienta
descubra y sienta el triunfo
de la verdad
por sobre las mentiras
sostenidas por milenios
por complicidades.
Y qué con darse cuenta.
Y qué con darme cuenta
de que somos tantos y tan pocos
que ni sabemos quiénes
que ocupados trabajamos
para agotar nuestros días inútilmente.
Me doy cuenta,
y la aurora se apaga de mi sueño
se nubla
se diluye.
Somos tantos y tan pocos.
Me doy cuenta.

gadsy / Malva Gris.

martes, 6 de noviembre de 2012

Sin regreso.

Hay pasos que no pueden darse.
Pasos que atraviesan umbrales. 
Umbrales que separan eras.
Un pie en el antes
y otro en el después.
Un lugar común, 
un lugar cierto.
La línea que divide la civilización y la barbarie.
El respeto de la insolencia.
La confianza del abuso.
La audacia del crimen.
Esos pasos que rompen morales
no verdaderas
pero aceptadas.
Que nadie cuestionaría 
sólo por no tener que andar dando explicaciones
tan largas.
Y a mí qué si no te importan mis motivos,
(Un poco me importa
pero tampoco tanto).
Igual soy libre antes que todo, 
libre incluso de traicionarme
y decidir no dar el bendito paso
que me arroje a la costa rocosa
de la pregunta radical
esa que deja los ceños ajados 
y los labios fruncidos
y te golpea una y otra vez con la condena muda
con la mirada cargada de puñales.
Igual soy libre,
libre de sentirme el patito feo
por pensar o sentir distinto
por no verme ganadora
como en la publicidad
por no contar una historia de éxito
cuando me encuentro con quien hace diez años que no veo.
O más, 
a esta altura, bastante más.
Igual soy libre, 
antes que mujer, 
que profesional, 
artista, hija.
(¿A quién le digo esto?, 
¿cuándo hice valer mi condición de libre?).
Libre, sí, cuando me resigno a perder tu estima, 
tu reconocimiento
por tener terceras ideas siempre.
Ahí la ejerzo. 
Pero igual hay pasos que no pueden darse,
porque te arrancan del mundo, 
de la moral del mundo, 
ese código de barras que dice tu precio. 
Mi precio. 
Mi precio para no dar el paso.

gadsy / Malva Gris

lunes, 5 de noviembre de 2012

Azar y voluntad.

Nadie es inocente.
Incluso cada uno es a su manera
un conspirador
un traidor
un héroe.
Quién que no ha creído en algo,
no ha intentado (aun fútilmente)
convencer
iluminar
contribuir
con artilugios
o gestas incomprendidas
trampas descubiertas
condenadas incluso
demonizadas.
Quién no ha intentado
alguna vez
la manipulación
ocultando lo inconveniente
lo dudoso
postergarlo secretamente
improvisar o planear mentiras.
Quién no ha guardado esos secretos.
Quién no ha comprendido la estrategia del otro
y la ha protegido
o por el contrario,
no ha intentado denunciarla
con rumores o a voces
a las personas correctas
o equivocadas.
Nadie es inocente.
Todos somos conspiradores
inexpertos casi siempre
efectivos casi nunca.
Por eso no creemos en las conspiraciones
de los que realmente son eficaces en el engaño.
¿Son mejores acaso ellos que nosotros
que toda la vida mentimos con suerte dispar,
en el arte del engaño y la estrategia?
Nosotros que planeamos nuestra vida
desde niños
y fracasamos.
Que no pudimos sostener nuestros sueños
y los malvendimos.
O acaso nos convencimos
de que los sueños verdaderos eran otros.
O que los sueños son para los niños.
¿Cómo podrían trazar planes
y cumplirlos implacables
si nosotros fallamos en los ideales
en los que nos iba la vida
la felicidad
el destino?
Sostenidos por mentiras
inútiles intentos de reencaminar el destino.
(Necesarias para que ese destino sea).
Nadie es inocente.
No importa qué hagamos
el destino es eso que resulta
del azar y de la voluntad.
A veces ocurre una consecuencia
y no alguna otra cosa.
Otras estalla como una provocación
lo inesperado.
Como si fuera un azar conciente de su arbitrio
y nosotros marionetas pretensiosas
remedando la danza del titiritero.
Aunque todos seamos tiriteros
además
de nuestra marioneta
la que hacemos actuar
bailar
y poner la piel y los huesos en juego,
y como en una gran subasta
imponerse a los otros
conspirando
como héroes o traidores
a una multitud de destinos,
como una trama desordenada
asimétrica
mutante.
Nadie es inocente.
Cómo engañarse
y sostenerlo.
 
gadsy / Malva Gris

Los hermanos.

Uno se mataba sin convicción pero certeramente
por uno u otro camino.
Sin pensar en la muerte como solución
sino como destino,
antes o después,
qué importa (habrá pensado),
se trata de pasar otro día
esperando que algo fugazmente cambie
para notar algo distinto
aunque tal vez se me escape
y no entienda lo que ha ocurrido
lo confunda con la vida
el ir y venir
los autos, los árboles, los semáforos
con su odiosa pretensión de permitir o impedir
tu paso
o el mío
hacia quién sabe qué
pero seguro conduciendo al final
al mismo final
todos.

Mientras el hermano
se solaza en las palabras
inventa pensamientos nuevos
se regodea en emociones
sentimientos que atan hechos
tal vez fortuitos
pero nunca casuales.
Para eso están las cosas
(habrá pensado).
E ignorante de tantas hechos
ya ocurridos o por ocurrir
escribía incidentales relaciones
entres sus recuerdos y sus acasos
ejercitando la conjetura
explicando causalidades
para otros casuales.
Todo tiene significado
(habrá pensado).
Ignorante del tránsito definitivo del hermano.

Y el uno esperando la señal
pero convirtiéndose en ella
(habrá ignorado).
El otro interpretando azares
y perdiendo la única señal que era para él.
La del hermano.

Uno muerto convirtiéndose en ese cambio
que hace despertar demasiado tarde
siendo uno más de esos avatares cotidianos
(casuales habrá pensado)
la muerte como un puñal
señal de sangre
mensaje de fatuidad
oculta en las cosas.

Cuánto de distinto habrá estado pasando
pasado por alto
perdido entre las cosas
ignorado
para ser endecha hoy
por un hermano muerto tan temprano.

Y yo estoy haciendo eso
cantando tal vez,
orando acaso a este misticismo de la palabra
y estarán ocurriendo tantas señales
que ignoraré
y algún día serán sorpresa o dolor,
ignoradas
tal vez, sin intención.

¿O siempre elegimos ignorarlas?


gadsy / Malva Gris

La Biblioteca.

Porque es biblioteca o porque es humilde
sostenida en la imposibilidad,
activa más por pasión que por necesaria,
tal vez por eso me acogió tan cálidamente.
Los relieves en las paredes cincelados por la humedad,
el aire fresco, 
ese polvo que nadie llega a limpiar 
de una semana a la otra
(una franela inmóvil desde hace veinte días
sobre el mismo libro)
y los visitantes, mientras esperan, 
tomando uno u otro libro 
y dejándolo luego en su lugar.
Las esperas son obligatorias.
El tiempo no es un enemigo
detenido en los anaqueles.
Los libros
que multiplicados en los vidrios de las puertas
como espectros
nos convierten también en libros
de nuestra historia
nuestros miedos
y nuestras promesas, 
reclaman insistentes nuestras miradas.
Y los otros
pierden su rostros y sus nombres
y son, brevemente,
por un hechizo que se celebra 
sin sacerdotes ni pitonisas,
cada uno, un ritual de reanimación
de esas criaturas misteriosas
de lomos casi siempre antiguos
y hojas ocrecidas.
Y los otros, frente a los estantes,
están para revivir todas esas palabras silenciosas.
Sólo por estar, por mirar,
por tomar y abandonarse a su follaje
y seguir las letras con interés o indiferencia
el quejido se transforma en canto
y el sortilegio se hace acto.
Luego, cuando atraviesan las puertas
son nuevamente personas,
apéndices de los más variados caprichos.
Yo observo esa danza pausada
de ritmos imposibles
mientras la espera va amputándose
segundo a segundo
y pienso en mis libros
que no cuentan con manos
que ejecuten rituales milagrosos
y me rasguña cierta tristeza
por ser carcelera de tan impensado tesoro.

gadsy / Malva Gris