viernes, 8 de mayo de 2015

Cierro los ojos. Abro los ojos.

Cierro los ojos y veo las calles húmedas y sucias,
fabriles.
Veo la puerta, las escaleras.
Veo un ciento de mujeres con sus faldas sencillas,
Oigo sus pasos
veo su ceño preocupado
y oigo sus cincuenta jóvenes voces extranjeras
(apenas unas niñas algunas
vibrantes de juventud recién estrenada
otras)
enojadas unas
firmes varias
temerosas también otras,
organizándose.
Los motivos de la huelga (como siempre)
son diversos
pero se saben justos.
Flota aun así el temor
(¿hasta dónde son capaces
de aplastar la racionalidad de los reclamos?).
Es una apuesta con el diablo
(en el fondo saben).
La jornada se encadena y desencadena 
y abro los ojos.

Abro los ojos y veo el diario
una página, dos, tres
ofreciendo obsequios que pocas necesitamos
por ser mujeres, dicen,
en nuestro tan merecido día.
En medio de comodidades anestésicas
cierro los ojos.

Cierro los ojos y veo capataces
jefes veo y veo gerentes
enchalecados
con sus chaquetas ajustadas encima
una cadena distinguiéndose
y distinguiéndolos
marcando un primer límite
en la elegancia
el buen gusto
las formas aparentemente medidas.
La medida y el juicio es lo que los distingue
además
de las masas embrutecidas
de fabriqueras y capataces.
Abro los ojos.

Abro los ojos y salgo a la calle
el trajín de las tareas cotidianas
sin sospecha de sangre y fuego.
Si alguna vez esto que tengo costó sangre
no lo veo
no huelo del perfume tórrido
de las heridas y el humo mezclándose
nada retuvo el aire
todo ha licuado la distancia
de los kilómetros
los años
los discursos
las arengas
y los libros de Historia
y cierro los ojos.

Cierro los ojos y veo mujeres
discutiendo detalles
los méritos de la huelga
o impacientándose de las que dudan
o temen.
Los acentos se mezclan.
Pero hay algo que entienden bien:
salario, trato y extranjería.
Aunadas  en lo innegable.
Es grave enfrentar
el derecho bien guardado
por leyes ausentes o leyes cómplices
de los dueños y los patrones.
- ¿Ven lo que pasa? Abran los ojos.
Y yo los abro.

Abro los ojos y veo a las mujeres preocupadas
por un detalle estético en la mesa
y porque la rebeldía de sus hijos persiste
y en la escuela en el fondo no toleran
los cuestionamientos y la indisciplina.
Nos veo poniendo por delante
los nimios detalles de nuestras vidas unitarias
replicando los mismos problemas tras cada puerta.
Los mismos problemas
pero no lo vemos.
Primero lo mío que es tan urgente
luego
luego
luego...
(¿ves que no se puede?)Mi problema no es el mismo
en el fondo... es mío.
He visto allí también mi rostro.
Me repliego en mí misma
y cierro los ojos.

Cierro los ojos y escucho las puertas cerrarse
escucho los golpes de las pesadas hojas
enojarse y extenderse amuralladas
escucho los cerrojos
y los pasos y los gritos
y los gendarmes custodiando las salidas.
Y veo chalecos con cadenas que finalizan
con círculos de metal que expulsan una tapa
verdugos del tiempo
y esclavos de la impaciencia.
Huelo humo.
Algunos gritos, no de terror sino de urgencia
se extienden en el compartimentado interior.
Y veo un ciento de mujeres
algunas enojadas
otras asustadas
intentando resolver su encierro.
Algunas corren a las puertas y golpean
gritan insultan
o lloran y suplican.
Las puertas se estremecen pero no ceden.
El humo aumenta
y coronan las toses algún llanto.
La impaciencia fermenta
y se alimenta del terror y de la furia
y aparecen las dagas de los gritos
que se multiplican y cortan el aire
en jirones que no logran herir los muros.
Ahogada abro los ojos.

Aquí el aire está más limpio
y el encierro es otro
anestesiadas
nuestras pequeñas posesiones
conquistas de nuestro trabajo
son bloquecidos de muros invisibles
que nos separan del mundo.
Yo he aprendido a sentirme mejor que otras
sé pensar
sé conducirme con mesura
sé cómo no perder el control
y sacar provecho
difiriendo las soluciones
en problemas
que se diluyen unos en otras
indistinguibles.
Pero prefiero asumir que es inevitable
y segura de mí misma cierro los ojos.

Cierro los ojos y los gritos se multiplican
no quedan mujeres (ni varones)
que no intenten fútilmente abrir las puertas
calmar los desesperados intentos por salir
detener a quienes se lanzan desde el octavo piso
al vacío
(mejor quebradas que muertas
pero encontrando la muerte al final del vuelo)
el humo se abre para mostrar las llamas
las toses se apagan en cuerpos inertes
u otros yacen golpeados aplastados quemados
y veo un ciento de mujeres
sorteando derrumbes
atrapadas
agonizando
buscando las ventanas.
El espanto abre mis ojos.

Abro los ojos y creo entender
que aquello que he comprado
no ha costado un precio justo.
Alcanzo a adivinar restos de sangre
en todo lo que me rodea.
Esto también es parte del fénix.
La leyenda dice que renace pero no cómo.
No renace igual quien renace de sus cenizas
y si las cenizas carbonizaron la sangre
ese fénix es cómplice también
de la muerte del anterior.
Cierro los ojos.

gadsy / malvagris

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