sábado, 27 de febrero de 2016

Oda al panfleto.

Que no te gustan los panfletos
me dijiste
y yo te entiendo.
Alguna vez me he avergonzado
también yo
de los adjetivos atrevidos
de la arenga audaz
casi salvaje
de los giros bastos
y las exclamaciones pretenciosas.
Sin embargo
cuando los ojos se llenan de realidades turbias
de tormentas tumultuosas
cuando los oídos escuchan
tras el rumor de las multitudes
los gritos de la desesperación silenciada
o los gemidos de la resignación y de la inercia
entonces esa otra ciudad
que convive paralela a la ciudad de los diarios,
ese otro campo
que está aplastado bajo el campo de las estadísticas,
ese otro mar
que esconde las corrientes violentas
bajo el mar obsecuente de los complejos turísticos,
ese otro río
que cada tanto se hace presente
en las orillas de los barrios privados,
ese otro cielo
que espera un amanecer
que acabe con los amaneceres en serie
invisible tras los edificios,
o ese otro aire
que se filtra escaso entre los humos
de las industrias y los autos,
entonces (te decía)
esas otras realidades que esperan
para salir a escena y protagonizar la Historia,
te ponen fibrosa la entraña
y se hace hilos la carne
y se arremolina
para hacerse, apretada, una mecha.
Y la sangre, que de impaciente se pone combustible,
empapa atropellada tus palabras y tus pensamientos
y sólo necesita la chispa.
Entonces, sí,
se acerca sugiriéndose
lo ves danzando en el aire,
caído de algún balcón
o en una mano como bebedero de aves
o como flor recién abierta
ofreciendo sus pétalos al aire,
o pendiendo de una cuerda en algún poste
o sobre un mostrador como una torre de escamas
así,
entonces sí
cuando la carne se te hizo hilos trenzados
apretados hasta el dolor
y la sangre cáustica te corroe la piel,
solo entonces
llega
te cerca
baja
se te planta de frente
el panfleto
y enciende la mecha.

gadsy/malvagris.