domingo, 7 de octubre de 2012

Lucio.

Yo setnía que habia en ese poema un llamado
más allá de las metáforas.
Equivocada o no, sentía su complicidad.
(No me importa saberlo)
Y el último guiño fueron Erdosain y Lucio.
Erdosain, que estaba en mi recuerdo
como el envés de Arlt,
su peor negación
la peor fingida.
No puedo evitar sentir entendimiento
hacia Erdosain, Verloc, Cal,
habitantes de las fantasías
como un grito inútil antes de morir
como un llamado a la existencia
de la llama
del último aire de un sueño asfixiado.
Malogradamente gritado.
Inútilmente vistiéndose de símbolo,
tardío,
infértil.
Esas conspiraciones contrahechas
de las novelas parlanchinas
esas que insisten en crear un sueño atropellado
cronometrado 
pero infestado de torpezas
(nuestras torpezas)
contaminado de flaquezas
(nuestras flaquezas)

con nuestros sueños mesiánicos quizá.
¡Ay Erdosain!, ¡ay, Verloc!, ¡ay, Cal!

Salvo en Lucio.
Como los bandidos de León,
esos que no reniegan de sus pequeñas maldades
arremetedoras de molinos de viento,
Lucio, insignificante,
como salido de una novela,
real, viviente,
fue bandera.
Esas nimias iniquidades
clandestinas
habilitadoras de causas nobles e innobles
desinteresadas
desestabilizadoras nomás,
confrontando las normas
sólo por incomodar
y hacer hablar a los gentiles.
Incomprendido.
Incomprensible.
Sólo por hacer y deshacer
y mostrar y demostrar
una y mil veces
cómo es, que es y será posible,
anónimamente
incomodar a los gigantes molinos de viento.
Qué Quijote este Lucio.
Con su sonrisa picara
que no sabe mentir
escudado en una causa dicha a medias
no sé si siempre verdadera
para habilitar sólo la brecha
la fisura
sólo por eso.
Y sentir el reducido, secreto y dulce sabor
de ser la astilla incrustada en la carne.
Yo sentí,
tal vez equivocada, que ese poema,
además de la melancolía y la molicie,
también me hablaba de esto.
(No me importa saberlo).

gadsy / Malva Grsi.



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