lunes, 22 de octubre de 2012

Trashumantes.

Payasos, troveros, bufones, payadores.
Llegan a decir sus verdades
sobre mí, sobre vos, sobre nosotros
los que nos quedamos.
Los que estamos atados
de por vida
a nuestros fútiles tesoros,
oropeles,
patrimonios del tiempo
(de los avatares de las fortunas de los otros).

Llegan y nos dicen
qué cortos son nuestros días
tan llenos de ocupaciones
preocupados como vamos
por cuidarnos de los ladrones.
Ignorantes acaso
de cómo roban quienes nos representan
y nos distraen con sus discusiones
y los beneficios que,
magnánimos,
hacen aún más pesados nuestros grilletes.

Llegan y nos muestran sus rostros pintados.
Y nos vemos ridículos en sus máscaras.
Espejos de la vergüenza
de las caras que ensayamos hora a hora
para representar nuestros personajes
esos que nos roban los instantes del placer,
esos roles
que nos hacen multifacéticos,
mentirosos, falsos, dobles,
hipócritas,
contemporizadores, negociadores,
políticamente correctos.
Esos roles que callan
en casa, en el club, en el trabajo,
en el templo, en el colegio,
en el banco, el almacén,
el vecindario,
nuestros deseos, miedos, enojos.
En la intimidad,
con los amigos, la familia, uno mismo.

Llegan y nos cantan filosofías,
nos enfrentan a Dios,
a nuestro vacío.
Desafían nuestro pensamiento único
chiquitito
que se siente seguro
con su recado, sus riendas, su bocado,
su montura y orejeras.

Llegan y le imprimen ritmo y rima
a esas preguntas que no nos hacemos.

Llegan y nos representan sus parodias
en donde estamos nosotros mismos
ridículamente atareados en nuestros trabajos.

Llegan y doblan el aire con sus gráciles figuras,
sortilegio de la gravedad,
domadores de pelotas, aros y llamas.
Señal de todo lo que no controlamos
cúmulo de nuestras renuncias.

Llegan y se llevan
nuestras monedas,
nuestros minutos
nuestra risa, nuestra admiración o nuestra vergüenza.

Y se van.

Y nos dejan.

 
gadsy / Malva Gris.

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