lunes, 9 de diciembre de 2013

Derecho a morir, derecho a vivir.

Derecho a morir, derecho a vivir.
Tal vez sean el mismo derecho.
Tal vez por eso no podemos elegir cómo vivir,
ni cómo o cuándo morir.
Si la muerte es sólo el último instante de la vida.
No más que eso.
Como el nacimiento.
Son necesarios y convenientes para la vida.
Y a veces la muerte es una caricia
un consuelo
una mirada piadosa
un alivio al dolor.
La muerte postergada no.
La vida forzada
atada a medicinas y rituales
puede convertir las horas
en una agonía indigna de los días pasados.
Una muerte tardía transforma la vida.
La hace tortura,
la hace maldición.
La muerte puntual redime.
Redime de la lástima,
y del impiadoso maltrato de la ciencia.

¿Por qué negar la muerte?
Yo no lo entendía.
Alfonsina saludó dignamente a Horacio
quien rescató su derecho a conservar su vida íntegra.
Y ella también eligió preservar la suya.

El derecho a morir
también es derecho a haber vivido
días inmortales en la memoria sin agonías.
La agonía innecesaria.
Capricho apenas de una vana esperanza.

Yo confieso que he deseado a otros la muerte.
Y mi alma no se avergüenza.
Tal vez porque la imagino como una dama gentil
con su abanico de brisas sanadoras.

Confieso, sí, que he deseado a otros la muerte.
Y mi alma no se avergüenza.
Tal vez otras vidas acaso mejoraran
al caer un símbolo perpetrador
y quedara sepulto en la Historia.

Yo confieso que he deseado a otros la muerte
al ser testigo de agonías reales o imaginadas
fagocitándoles los días felices como un cáncer.

¿Acaso renegar de la muerte
no es sobrevalorar el aliento y el latido?
La vida no es sólo eso.
La vida se compone de días
con sus horas
con sus instantes gloriosos
y sus momentos de angustia.

Si igual morimos, cada día un día
desde que nacemos.

gadsy/malva gris.



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