miércoles, 8 de enero de 2014

Calmo.

Aquí es todo tan calmo.
El silencio de la mansedumbre
la épica de los felices
las voces que no me llegan.
Yo sé que más allá gritan
de gozo
de dolor
de impotencia
de excitación
de a una, de a dos, de a miles
las voces de los otros.
Yo sé que no me llegan
sus palabras de alabanza
ni sus gemidos sufrientes.

Aquí todo es tan calmo.
El silencio impone una muralla,
el silencio de las distancias,
que diluye las risas y el llanto,
el gritito breve del juego de algún niño
divertido
los gritos de un festejo
o de una hinchada en el calor de la competencia,
el alarido del terror
o el clamor de la muchedumbre.
Diluidos por las distancias
divergentes en el viento,
disgregadas en el tiempo.

Aquí todo es tan calmo.
Hoy el sol dibuja algunas sombras en la medianera.
El aire está tibio y casi quieto.
Se escuchan brevemente algunos niños riendo
chapoteando tal vez en la piscina de algún vecino
algún avión en el cielo cristalino
algún auto en las avenidas
unos pasos en la casa de al lado.

Aquí hay tanta calma.
Mi teclado,
la vibración de la cuerda de colgar la ropa
y los broches trémulos
improvisando algún ritmo breve
el agua escurriéndose en alguna cañería
un vaso que se apoya en alguna mesa.
Aislados, espaciados, tranquilos.

Aquí es todo tan calmo.
¿Cómo ignorar que están pronunciándose palabras
de compromiso
de tarde soleada
de noche íntima
de sentencia y enojo?
Que se están elevando
(o arrastrando)
canciones e himnos
diagnósticos
contratos
verdades como dagas
mentiras como tuneleras...

Aquí todo es tan calmo.
Pero el aire está viciado de palabras.
Bendito de palabras.
Infectado de palabras.
Ornado de palabras.
El aire quieto,
el aire tibio,
el aire ardiente
el aire tumultuoso.
De palabras invisibles
con su magma y con su hielo
con su avalancha de rocas y de barro
con su brisa leve,
fecunda.

Y aquí sin embargo, todo es tan calmo...

gadsy / malva gris.

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