lunes, 16 de junio de 2014

Hoy la calle.

Hoy la calle me devolvía a mí misma.
Yo miraba y ella me veía.
Me veía -digo- en mí, viéndola.
Y así veía los deportistas cotidianos
en zapatillas, corriendo o caminando.
Veía a los vendedores ambulantes
con sus pequeños objetos a cuestas
ofreciéndolos cansinos, rutinarios.
Veía gente fundida a los circuitos
de sus celulares
derramando en las redes de la tecnología
pequeñas migas de sí mismos.
Y otros verán tal vez sus esquirlas
como si fueran personas enteras
cuando apenas son secuelas
de seres disgregados,
disueltos.
Pero yo los veía
absorbidos por los voltajes imperceptibles
de sus pequeños engaños electrónicos
y veía a los deportistas
tal vez escuchando cantos o noticias
y veía a los vendedores ambulantes
estudiando las miradas de los conductores
detenidos en las luces rojas.
Veía a los niños apurando el paso
casi arrastrados por una madre o una abuela.
Veía a los fruteros acomodando esferas multicolores
turgentes de jugos y azúcares.
Veía las colas en las fábricas de pasta
y en las panaderías
por ser domingo y día del padre.
Y veía los árboles con sus escasas hojas
en susurros nerviosos
entre brisas casi heladas.
Y veía (cómo no verlos)
los arroyos de bestias de metal
rugientes
envenenando el aire.
La gente digerida en tropeles mecánicos
irracionales
descerebrados en sus torpes insectos gigantes.
Y veía los muros y las puertas
la alfombra de concreto con sus cuadrículas,
veía las pústulas de las torres
creciendo sin pausa
infectando ciudades
privándonos del cielo.
Yo veía todo eso y me veía a mí misma observando
más que curiosa: intrigada.
Y pensaba:
no estoy viendo a quien me ve mirando
e imaginando que tal vez estoy perdida
en algún pensamiento ajeno a todo esto.
No estoy viendo a quien me ve
digerida por mi bestia de metal
que rueda en la manada de fieras de hierro.
Observándome a mí entre otros, 
tal vez creyéndose el único consciente
de la naturaleza
que ahora también carga con nuestros ingenios malolientes.
Y pensaba:
no quiero irme del mundo
sin haber sido testigo de toda la vida
que el azar me pone delante
su bullente fluir incansable
en la sangre
la voz
la savia
las cintas de asfalto
los escapes rellenos de ruido y fuego
el movimiento.
Este balcón de mi mirada
esta ventana
no es mi único lugar.
También es la calle,
transitarla
caminar sobre las hojas crujientes
responder la mirada del vendedor
esquivar un niño volando de la mano
ser consumida en los venenos de nuestras obras
evitar que un edificio me levante por el aire
o que un muro me tape el sol o la luna para siempre
o una puerta me deje afuera
y ser el espectáculo, así, de otro testigo.

gadsy / malva gris

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