lunes, 3 de noviembre de 2014

Dolor.

No sé si este dolor
en medio del pecho
es del alma o de la cabeza.
No sé si es esta lluvia persistente
que ha lavado el aire siete días
que ha latigado con agujas de costado
que ha remolineado en las esquinas
y que ha convertido en ríos las calles
las casas en buques
y las goteras en cataratas.
Que se ha llevado alguna vida también,
como siempre que la sudestada se pone brava.
Y ha ocultado a la luna y las estrellas
detrás de un cortinado
espeso como un llanto desesperado
sin consuelo.
Pero tal vez no es la lluvia
y es el desencanto.
Saber que son superficiales ciertas coincidencias
y que tarde o temprano
me soltarán la mano
si ya no lo han hecho.
Esa falta de intento
tal vez
de discutir las diferencias,
simplemente no enfrentándolas
cuando todos sabemos que están ahí
jadeando como una fiera al acecho,
esperando yo
con la certeza de lo acabado
cuestión de tiempo nomás
y vaya a saber si me alcanza
para dejar la impronta indiscutible
de la fe detrás de las ideas
con su fuerza y su potencia
penetrando y socavando
los cimientos de barro
para arrancar briznas nuevas
en suelo limpio.
Pero tal vez no es el desencanto
ni la certeza de lo acabado
y es la violencia.
La violencia que anida en la fantasía
para dejarla fuera de la realidad.
Sí, ya sé,
y qué es la realidad
si existiera
si fuera una
si fuera la misma
y no, ya sé que no lo es,
pero por ponerle un nombre nomás,
la realidad es el terreno y el tiempo
en donde nos entendemos o nos desencontramos.
Ese lugar en donde no dejo entrar la violencia
y la pongo como una fiera encerrada en el pecho
siempre golpeando.
La violencia conocida y reprimida
la imposición del poder
la impaciencia
y el saber dónde están mis límites
y saberlos naturalmente tan lejos
y decidir acercarlos con la voluntad,
-el cercamiento volitivo de la violencia-
para preservar la convivencia
y proteger mi alma y los cuerpos de los otros
-unos de otros-
de ese vínculo casi inevitable
que se materializa entre los fuertes y los débiles.
Yo he construido desde muy niña la empatía
como armadura
para protegerme de convertirme en victimaria.
Pero tal vez no es la violenciay es mi alma enferma
que alcanzada la cúspide se desploma
hasta estrellarse en el fondo más abyecto
para saltar nuevamente a otra cima más alta
más luminosa
que todas las anteriores
para volver a saltar.
No sé qué es este dolor
con orificio de entrada el pecho
y orificio de salida la espalda
que convierte mis costillas en cuchillas
y la respiración en la presión que las hiende en la carne.
Y el corazón en carne viva, en tajadas.

gadsy / malva gris

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