martes, 6 de noviembre de 2012

Sin regreso.

Hay pasos que no pueden darse.
Pasos que atraviesan umbrales. 
Umbrales que separan eras.
Un pie en el antes
y otro en el después.
Un lugar común, 
un lugar cierto.
La línea que divide la civilización y la barbarie.
El respeto de la insolencia.
La confianza del abuso.
La audacia del crimen.
Esos pasos que rompen morales
no verdaderas
pero aceptadas.
Que nadie cuestionaría 
sólo por no tener que andar dando explicaciones
tan largas.
Y a mí qué si no te importan mis motivos,
(Un poco me importa
pero tampoco tanto).
Igual soy libre antes que todo, 
libre incluso de traicionarme
y decidir no dar el bendito paso
que me arroje a la costa rocosa
de la pregunta radical
esa que deja los ceños ajados 
y los labios fruncidos
y te golpea una y otra vez con la condena muda
con la mirada cargada de puñales.
Igual soy libre,
libre de sentirme el patito feo
por pensar o sentir distinto
por no verme ganadora
como en la publicidad
por no contar una historia de éxito
cuando me encuentro con quien hace diez años que no veo.
O más, 
a esta altura, bastante más.
Igual soy libre, 
antes que mujer, 
que profesional, 
artista, hija.
(¿A quién le digo esto?, 
¿cuándo hice valer mi condición de libre?).
Libre, sí, cuando me resigno a perder tu estima, 
tu reconocimiento
por tener terceras ideas siempre.
Ahí la ejerzo. 
Pero igual hay pasos que no pueden darse,
porque te arrancan del mundo, 
de la moral del mundo, 
ese código de barras que dice tu precio. 
Mi precio. 
Mi precio para no dar el paso.

gadsy / Malva Gris

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