martes, 12 de febrero de 2013

La quietud aparente de las cosas.

La quietud aparente de las cosas
apenas se abre la mañana.
La luz impertinente
descascara las sombras
y nuevamente delata las formas.
Unos prismas opacos
inmóviles, desamparados, 
ante mi mirada azul, cuestionadora, 
exhiben sus balcones, sus puertas, sus ventanas, 
como grandes glorias.
Yo los veo como vesículas infectas
de alguna enfermedad perniciosa
que ha atacado a la pampa
y la llena de verrugas
apretadas, sucias, odiosas.
En su lugar debía haber hierba, 
pero crecieron impetuosos
hiriendo el cielo y avanzando
como una daga que traspasa la carne
y avanza rompiendo órganos
piel, musculatura 
y en su herida pone
una estaca.
La cose, la surce, 
y la deja torpemente incrustada
como un capricho inerte.
Y en su lugar ya no crece nada.
Observo su quietud forzada.
Dentro ebulle aún la vida
en respiraciones
sueños inquietos o felices
o los primeros trámites de la vigilia.
Desayunos
los ritos de la higiene
la lectura suspendida
una radio parlanchina.
Pero yo no escucho, 
sólo adivino.
Sé que esas cosas ocurren 
pero las sospecho apenas.   
En el horizonte
un avión se apoya en la panza del aire.
Y yo sé de su estruendo
pero no me llega.
Un pájaro más cerca
surca el aire presuroso
batiendo sus alas
rumor de plumas
y también lo intuyo.
Escucho el fragor de la avenida, 
que no veo, 
pero se impone como un mar
hecho de artificios
y de hedores.
Algunos pájaros sí, 
vociferan el inicio de sus tareas
sus vuelos en busca del alimento
sus pichones imponiéndoles sus metas
Eso sí oigo pero no veo.
Los edificios
prismas carceleros
están allí mostrándome altaneros
su poder de encierro,
su pretensión de ordenar el espacio.
Los miro en su fealdad
e imagino árboles en su lugar
con sus cabelleras improvisando murmullos
creciendo caprichosas y danzantes
y pienso:
cuánto hemos perdido.

gadsy / malva gris.                
                     

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