viernes, 12 de julio de 2013

Dos niños.

Dos niños recuerdo dolorosamente.
Dos niños callejeros.

Uno hace ya milenios casi,
los ojos asustados,
febriles.
En la calle
(su madre impiadosa).

Yo vi sus ojos de vidrio
sus ojos de leche.
Yo vi el miedo
el no saber
el no entender.

Un hombre cualquiera a su lado
no sabía qué hacer.
Era el único que lo veía
en medio de una vereda bulliciosa
encandilada de luces
de vidrieras, semáforos,
carteles luminosos.
Él, el único testigo del niño asustado
tal vez enfermo.
Su rostro clamaba ayuda
pero sus labios no.
Los ojos del testigo también hablaban
y decían desesperación
y decían no saber
y decían no poder.

Y yo pasé.
Pasé y el tiempo se detuvo
y tampoco supe qué hacer.
Tampoco yo.

Y seguí caminando
inercia de noria
envuelta en luces,
mientras el tiempo inmóvil me esperaba
en un eterno recuerdo culpable.

Pero la calesita dio otra vuelta
y yo ya no estaba.

Y hubo otros niños
desde entonces.

Tantos.

Todos deteniendo el tiempo
con ese poder que tienen los niños.
Tal vez sea  siempre el mismo.

El tiempo no es un impedimento
para que no lo sea.

Y hace unos días nomás,
volvió el niño.

No importa si fueron veinte años,
era la misma piel
piel de durazno
niño pichón
niño cachorro.

Y yo me detuve frente a una luz roja.
Y el niño también se detuvo
justo frente a mí
con tres piedras en las manos.

Y una tomó impulso y se elevó en el aire
y otra descubrió una curva que hirió el espacio
y mientras la primera cortaba el aire en dos
en su descenso
y la tercera ascendía por un segmento de la mañana.
Renovaban sus danzas.
Malabarismos principiantes
parodia circense
amenaza del arte.

Su rostro traía enojo
disimulado bajo el rosado chocolate
de sus mejillas redondas y tensas.
Resentimiento e inocencia lo esculpían.

Los segundos dibujaron una sentencia curvilínea.
Una advertencia, un ultimatum.
Los ojos también se habían enojado
y hablaban con brillo y tal vez con lágrimas.

Se acercó a reclamar su moneda
con la luz verde.
Y yo sabía que eso era sólo una tregua.

Habrá una próxima vez
un nuevo encuentro
tal vez quiso decirme.

Porque él y yo sabemos que es siempre el mismo niño.
Esperando siempre un gesto que no adivino y que no llega.


gadsy /malva gris.


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