miércoles, 10 de julio de 2013

Los límites que no veo.

Los límites que no veo,
esos que ofenden a algunos,
que me hacen pensar que todo puede ser
y que podría no estar mal que asi fuera,
esos,
me alejan.
Hay un límite en los otros
que no veo.
Y todo puede ser si lo concibo
u otro lo concibe por mí
aunque no lo sepa.
Y yo no veía tampoco cuando era niña
los límites.
Y entonces alguien se indignaba:
cómo podés pensar eso de mí
(sellaba mi sorpresa).
No de vos,
no de ella o de él.
No de alguien.
Simplemente pensarlo posible
tal vez una justificación ignorada
late escondida
acallada
temerosa.
Y quién soy yo para no imaginar
lo más soez
lo más noble
como una entidad apenas huésped
de ofendidos anfitriones.
¿Te creo capaz?
Sí.
¿Me creo capaz?
¿Por qué no?
¿Quíen puede asegurar que no existen circunstancias
que nos sumerjan en la vergüenza
de lo inconcebible
de lo injustificado
antes los ojos incrédulos o sentenciosos de los otros?
Y sentir, al mismo tiempo,
muy hondamente,
quedamente
que no supimos o no pudimos
ser perpetradores de nuestros propios actos
con orgullo
con vergüenza
con distracción
con impotencia
y seguir dignos.
Y yo quién soy para decirte inocente.
Si todos o nadie lo somos.
Y yo quén soy para culparte.
Si cada instante es irrepetible
con toda su carga de horas y avatares.
No veo esos límites.
Esos que los otros ven tan precisos e infranqueables.
Para mí son meras circunstancias
figurativas
llanos acasos.
Y quién soy yo para exigirme ver los límites
corral de la idea de honra de los otros.
Los límites que no veo,
esos,
me dejan del lado de la perpelejidad
cuando el enojo desgaja los rostros
y enturbia los ánimos.
No te acuso, no es eso.
Simplemente no tengo tus límites
no es que no los tenga.
Sólo que tengo otros.

gadsy / malva gris.

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