martes, 18 de septiembre de 2012

Confesión.

Soy feliz.
Necesito tan poco
y tengo tanto.
Pero tengo una profunda tristeza
desde niña
el dolor del otro
que teme
que sufre dolor
hambre frío
demencia.
Lluvia.
Lluvia y viento.
Lluvia, viento y frío.
De niña al acostarme
me dolían las sábanas tibias
y el viento gritando afuera.
De niña al cenar
me dolía el bocado que no quería
y otro sí.
De niña al ir a la escuela
y descubrir el mundo
el otro mundo
ese distinto al de mi íntima niñez
me dolía no poder compartirlo
con otro niño con un solo mundo.
De niña al ir al club
me dolía el juego
si pensaba en niños trabajando
sin alegría.
De niña con mis padres
me dolía que otro niño
terminara el día sin su beso y su caricia.
De niña,
de adolescente cuando oraba
en mi misticismo,
de joven buscando un bienestar propio,
de adulta testigo del mundo sin remedio,
no me ha dejado nunca de doler.
Y me arranca
(te lo juro por esta lluvia
tan diamantina)
lágrimas como magma.
Pero debo confesar
que soy culpable
de ser igualmente feliz
porque sé que de todos modos
el niño, el joven y el hombre ríen
festejan
aman
y finalmente descansan,
ignorantes de mi felicidad.
Soy feliz
porque necesito tan poco
y tengo tanto.
En medio del dolor
me lacera la vida con sus goces.
Y me duele por eso también esa felicidad,
y por eso mismo sé que soy feliz.
A pesar de mí.


gadsy / Malva Gris.

No hay comentarios:

Publicar un comentario