miércoles, 26 de septiembre de 2012

Once preciosas horas.

Ya iniciaron las once preciosas horas
que digerirá prolijamente
esa gran maquinaria que hacemos funcionar.
Ese Minotauro
que alimentamos con nuestro miedo
más que con nuestra admiración.
De la que dependemos
para ser obligados a danzar
la macabra danza del sinsentido.
De la que dependemos
para ser obligados a pagar
nuestro derecho a un día más de vida.
Once horas
para comprar nuestro derecho a estar obligados.
La paradoja indispensable de nuestras vidas
o, al menos, de la mejor parte
de las mejores once horas de nuestros mejores días.
Aquí sentados, a la mesa de la tarea
esa que nos preocupa
y se lleva nuestros pensamientos más lúcidos,
aquí imaginamos una mejor vida,
esa que pretendemos comprar
con estas once preciosas horas ya perdidas para siempre.


gadsy / Malva Gris.

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