lunes, 29 de abril de 2013

De niña.

De niña mi tarea cada atardecer era
esperar la primera estrella
la segunda
la tercera
hasta no poder contarlas
de tan atropelladas y entusiastas
que se encendían.
Algunas de ellas disimuladamente bajaban
y volaban disfrazadas de luciérnagas
encendiéndose de improviso
como jugando a las escondidas
en el jazmín
o por entre las flores blancas del helecho
despeinadamente perfumado a hierba.
Aquí, en la ribera de un negado Maldonado
que como nuestros pícaros y nuestros locos
comparte destino donde no puede ser visto,
aquí,
fluyó mi niñez
esperando y contando estrellas.
Tal vez nuestro solitario y sepultado Maldonado
les reservó el protagonismo de su oscuridad
para que ni ellas ni él
volvieran a sentirse solos.

gadsy / malva gris.

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