viernes, 27 de julio de 2012

Las copas perdidas.

Algún día será el último que contemple
las susurrantes copas de los árboles.
Una mañana, tal vez, o una tarde
veré por última vez, mecerse en la brisa
leves,
o sacudirse furiosas,
o estarse quietas al sol
o a la luna.
Pero una vez, sí, será la última.
Y después de ese día no habrá más cabelleras
verdinegras o doradas.
No habrá más sol rasgar el entramado
de las hojas y las ramas.
O no habrá más luna imprimir de plata los perfiles.
Si algo hace que no pueda renunciar a la vida
es esa penitencia de ser testigo
sin palabras
mirada inmóvil 
de los árboles cotidianos.
Ellos verán mi última vez viéndolos
y luego me olvidarán
impunemente
yo perdiéndolos
por única vez.
Las copas perdidas
serán copas ajenas a partir de entonces.
Otros habrán heredado el don de invocarlas
con la piel y el aire que se inhala y exhala acompasado.
Otros se adueñarán de sus perfumes íntimos y probables
de sus matices y sus formas caprichosas.
Y yo habré perdido sus favores
como quien es expulsado de algún paraíso.

Malva Gris

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