domingo, 29 de julio de 2012

Mi causa.


¿Cuál es mi causa?
¿Yo misma?
¿La de mi casa y mi comida?
¿La de mi familia, mis amigos, mis amores?
¿La de mi barrio, mis vecinos?
¿La de mi país, acaso?
¿De mi continente o de mi raza?
¿De mi especie?

He saltado de una a otro intentando
vanamente
inútilmente
elegir alguna.
Distrayéndome en elecciones vanas.
Arbitrariedades.
Elegir unos por encima de otros,
ignorar, atender, justificar.
Privilegiar.

Pretensiones.
Lo humano, lo racional, lo estatuido.

¿Cuál?
¿Cuál es mi causa?

En la cúspide de la confusión finalmente elijo.
Elijo el miedo.

Elijo el miedo
y me acurruco en la comodidad
de la multitud
cobarde
autocomplaciente,
y me reprocho luego,
sí que me reprocho,
desde el fondo
desde la memoria.
Porque la reconozco negada.

Desde mi sangre, desde mi piel
desde mi voz, mi llanto y mi risa,
digo la vida
digo la dignidad
por encima de otras ideas
inventadas
impuestas
sostenidas
por las pretensiosas leyes de algunos hombres,
los que legislan.

Mi causa, la que no me redime
porque nunca elijo,
la que peor milito,
la que dejo para después
después de mi almuerzo
después de mi labor
después del amor
después del encuentro.
La que no me cuenta entre sus filas
la que me tiene de testigo
de la muerte cómplice
del atropello permitido.

Mi causa.
La mancha en mi conciencia
la que lavo escribiendo
quejándome
imaginando proyectos que nunca emprendo.

Mi causa, sí,
la que yergue otros héroes y otros mártires.
Y me deja a mí
del lado de los pusilánimes.

Malva Gris / gadsy

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