miércoles, 20 de marzo de 2013

La muerte es.

La muerte no es justa ni injusta.
La muerte simplemente es.
Parte de la vida es.
La última parte, la indiscutible.
La menos falaz, la definitiva.
Inapelable.
Irreversible.
Insondable.
La muerte no tiene moral.
No sabe de buenos ni de malos.
Sabe de azar.
Es, simplemente.
Y es, sin ningún lugar a dudas.
Te arranca el amor,
te arranca la carne,
los hijos de arranca,
los amigos, los padres.

Aparece de golpe o se gesta.
Se anuncia o se hace presente de improviso.
Nada puede reprochársele.
La muerte es, y por derecho propio
se lleva aquello cuya zarpa apenas roza.
Nada es propio frente a ella.
Nadie es dueño
de ninguna versión del mundo
de ninguna semblanza del amor o del odio
cuando indiscutible 
se planta y sin reclamar arrebata el aliento.
Nadie puede adueñarse de ella.
Desobediente,
impertinente
no escucha súplicas
ni se conmueve.
Tarde o temprano se lleva consigo
a las múltiples víctimas,
y a sus verdugos.
A los muchos testigos negados o confesos.
Ajena a la justicia, es.
Ráfaga de hiel,
cuchillada de arena. 
No es justa ni injusta.
No conoce ni se ocupa
de las inútiles categorías
que nuestra humanidad concibe
como obra propia
sus más preciadas leyes.
Las torpes leyes del mérito.
Del merecer otra vida
o infinitas y dolorosas muertes
como prometeos sumergidos en pesadillas sin despertares.
La muerte no es justa ni injusta.
La muerte simplemente es.
El último grano de arena es.

gadsy / malva gris.


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