miércoles, 15 de agosto de 2012

Lluvia.

Nuevamente los tambores
de la lluvia sobre los techos
de las gotas estrellándose contra el suelo
exprimiéndose desde los dinteles.
Mis otros ojos, los de adentro,
buscan en la oscuridad el horizonte.
Las gotas, lentas lupas estirándose
con sus luces fugaces
me distren
y no lo descubro.
Un repiqueteo leve cosquillea en mis oídos
y es una música nueva,
un tamborileo infrecuente apenas
y el susurro rítmico con un fondo de tránsito opacado.
Siento
caprichosamente,
que descubriré algún canto
revelándose sólo para mí
si aguzo mi oído.
Un canto mágico
entre la leyenda y la locura.
La lluvia...
parece que hablara.
Intento interpretar sus palabras.
Ellas me cuentan del canto
ese que no escucho pero que está ahí
y sólo se descubre
desmenuzando el murmullo fundido del agua.
No hay brisa,
no hay bocinas,
no hay perros.
Algunas gotas pesadas describen melodías
africanas,
golpeando algunas oquedades
que no reconozco.
Sí sé que algunas son próximas
y otras distantes.
Una multitud que peregrina suplicante
elevando sus voces por turnos,
quejidos
o alabanzas
ruegos
o agradecimientos.
Igualmente subyugados.
Y es un concierto de marimbas desganadas
también,
con un frotar de manos
detrás del solo,
como un aliento.
Una coreografía ingeniosa de voces breves.
Cómo no disfrutarla.
Cómo no dejarse arrullar.
Y adormecerse
cálidamente
entre ronroneos.

Malva Gris / gadsy

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