martes, 7 de agosto de 2012

Maldición.

Transito estas venas del progreso,
parte de la manada veloz, ordenada, consecuente.
Y siento que algo cambia repentinamente
y el tiempo queda suspendido.
Miro por el parabrisas y las bestias nauseabundas
acortan furiosas las distancias,
sus bramidos son los mismos de todos los días.
Pero algo cambia.
Yo lo siento y ya sospecho
por las minuciosas agujas diminutas
que hieren mi piel bajo mis brazos,
mis muslos, mi pecho.
Tras el volante sospecho la catástrofe
sé lo que está por ocurrir y me entregaré
como no puedo evitar hacerlo cada vez.
La curva me la revela.
Allí está, inmensa apenas encima del horizonte,
como en medio de una espuma de vapores venenosos.
Allí, casi blanca, casi amarilla, casi naranja
manchada, brumosa, hundida en un mar de humores perversos.
Yo la sentía, dominante.
Malvada supe que me reclamaría
y como a mí a tantas más.
Su maldición comienza a corroerme.
En medio de la manada de hierro y fuego,
rugiente estampida de metal.
Pero no puedo apartar la vista
ahí preside su majestad
lo peor de nuestras almas
nuestros horrores
nuestros éxtasis.
La maldición me ha arrancado el corazón
y ya está diluyéndose en el aire.
Arde, quema, no debo mirarla.
No puedo, no sé, evitarla.
Sus dagas me abren surcos
en mi piel punzante.
Laten las heridas,
yo abducida y lacerada
por su mirada de hielo y nácar,
yo, torpe,
no debo perder el control
de mi bestia humeante y furibunda
cruel y perversa
que corre tras las otras.
Una más mi bestia.
Una más mi alma maldita.
No puedo dejar de desearla.
No hay mal más codiciado
que el imperio prepotente de la luna.
Inevitable.
Certero.
Despiadado.
Oh Dios, no me salves.
no me impidas caer por el abismo
de esa luz azul de irrealidades.
La jauría enloquecida afuera
sin control, hipnotizada,
y yo abandonándome al néctar venenoso
de la sutil presencia.
Voy a morir en este instante.
Pero repentinamente cesa.
Una nube se apiada
de las bestias,
de las venas infectas del progreso
y de nosotros,
sus parásitos.
Se apiada de mi corazón licuado
latiendo en gotas
infinitamente pequeñas y yéndose
al vacío, al cielo, al infinito
para no recuperarlo jamás.
Se apiada.
Brevemente.
Y la vela.
Y mi piel se bebe
lo poco que quedó de mi corazón flotando.
Y siento unos pocos latidos,
muy tenues.
Y siento que respiro de nuevo.
Y siento el dolor infinito de la piel.
Y la convulsión interna detenida.
Respiro.
El aire duele.
Duele el sonido de la ruta.
Breve tregua
porque comienza nuevamente.
La reina maldita no se rinde
se despoja
y resurge embrujada entre el vapor
y el grito no sale
y el dolor es tan caliente
que seca mis lágrimas.
No puedo respirar,
mi bestia obediente
imperturbable sigue.
La sangre se detuvo
yo siento cómo se hace rubíes bajo la carne.
Duelen.
Duele el aire,
duelen los rasguños de su luz en mi piel.
Ya no puedo soportarlo.
Me seco
me ahogo
me quiebro.
No me salven
que ésta puede ser la muerte más dulce
y más amarga
que pueda morirse.

Malva Gris / gadsy

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